Editorial

El territorio como escenario para la garantía de derechos de las personas LGBTI

10 de octubre de 2021. La territorialización en términos sociopolíticos no es simplemente un balance entre centros y periferias, es poner las acciones y los debates en contexto espacio-temporal, situación que en lo referente a las agendas de diversidad sexual y de género ha sido difícil en nuestro país por dos asuntos: de un lado, el conflicto armado que antecedió y acompañó todo el proceso de la formación del sujeto político LGBTI, impidiéndole el arraigo territorial y generando hacia ellas y ellos presiones  por sus apuestas de proyecto político y estructura moral en las que no tenían cabida, lo que les desplazó, invisibilizó y desapareció. De otro lado, la globalización de la agenda de la diversidad sexual, que si bien, parece ser un salvavidas, pues pone la discusión en términos de protección internacional e instrumentos universales de derechos humanos, en ocasiones, vuelve anónima e impersonal la lucha por el reconocimiento, pues busca generalizar algo que en la vida cotidiana no es tan fácil de asimilar. Tanto el uno como el otro caso, han hecho que en Colombia las agendas sexo-género diversas se relacionen más con lo urbano que con lo rural y que tengan su lugar de actuación en las ciudades capitales y con un movimiento mayoritariamente gay, blanco y clase media-alta que ha tenido la oportunidad de hacer reflexiones académicas y construir espacios de seguridad para sus apuestas.

Con el correr del tiempo, este proceso que se extendió por largo tiempo, igual que el conflicto armado, silenció y dejó en el anonimato reflexiones e intersecciones necesarias como diversidad sexual y ruralidad o género y territorialidad y consolidó una imagen de lo LGBTI tipo exportación que parece que se pudiera copiar de un país a otro o de una región a otra, amarrada a la búsqueda de avances legales, construcción de políticas públicas y acciones de  inclusión económica, que si bien, son y han sido claves en materia de igualdad material, se han quedado a medias, pues carecen de un acoplamiento a la cultura ciudadana para su incorporación en la vida cotidiana y de un ejercicio de territorialización que les permita a las personas construir su proyecto de vida en su entorno social y no verse obligadas a salir de allí, o levantar un mundo paralelo para asumir la lucha por la dignidad.

Gracias al dinamismo de la incidencia política y los procesos organizativos, hoy la discriminación esta proscrita en casi todo el mundo, el matrimonio igualitario avanza y los niveles de visibilidad de las personas LGBTI son una apuesta en muchos lugares; sin embargo, y de forma muy contradictoria, no cesa la violencia, en países como el nuestro, está en aumento, es sistemática y recurre a la impunidad: particularmente las amenazas a los liderazgos sociales, la persecución al activismo y la sofisticación del discurso de odio que se instala cada vez con mayor propiedad en las acciones sociales y políticas, con pretensión programática, dejando constancia de que la igualdad es una enunciación que genera acuerdos, pero que no tiene consensos por el temor a que toda la ciudanía goce de derechos, pues se quiere mantener la sociedad de los privilegios.

La hostilidad de muchos de estos escenarios silenció la vida de las personas LGBTI y la ausencia de agendas por el reconocimiento ha sido una constante. En estos territorios, el conflicto armado hizo más difíciles las condiciones de vida de muchas personas que se asumían dentro de la diversidad sexual y de género, pero también, algunas de ellas, lejos de emigrar a las grandes ciudades, de invisibilizar su sexualidad o aplazar su construcción identitaria; le apostaron –a pesar de los riesgos– a expresiones de resistencia y construcción de espacios para su dignidad; unas fueron asesinadas, otras desaparecidas, otras aleccionadas para renegar de su orientación sexual, identidad o expresión de género, pero otras –desafortunadamente muy pocas– sobreviven, y sin tener un lenguaje sistemático de superación del conflicto, ni identificar el origen de la represión de la que fueron víctimas, le apuestan a completar su ejercicio ciudadano en la realidad de su territorio y darse un lugar en su entramado cultural y social.

Por ello, hoy no solo es necesario seguir la lucha por el reconocimiento de derechos desde la movilización social, la resistencia y el cuestionamiento al status quo, sino que, además, se deben consolidar acciones como el trabajo comunitario con y desde las personas LGBTI, para levantar espacios de ciudadanía desde las complejidades de la pervivencia del conflicto armado, hasta las culturas resistentes a la diversidad sexual y  de género y allí plantear conocimiento (activista) desde esas formas de emerger, construir y deconstruir sexualidad, donde el escenario, como lugar del acontecimiento, es clave para posicionar estas apuestas. Los grupos poblacionales deben convertirse en aliados y el territorio debe posibilitar la vida para que una oportunidad de reinvención de país, como la implementación de los acuerdos y la cultura de paz, supere todo tipo de exclusión, haga de la diversidad una riqueza social y de la igualdad un imperativo de la nueva sociedad.

Proponer agendas de diversidad sexual, identidades y expresiones de género, desde la reflexión territorial, para esclarecer la memoria y construir escenarios de paz, nos obliga a abrirnos espacio en los entramados culturales, políticos y sociales que hacen que la diversidad sexual e identidades de género se deconstruyan, reconstruyan o  reconfiguren de manera diferente según la realidad del lugar, dejando de ser un espacio monolítico y  globalizante impuesto y, en ocasiones, cosificado desde el imaginario de lo urbano, por lo que será necesario hacer constantemente la pregunta de lo rural, espacio deshabitado por el Estado y posesionado como contradictorio: lugar de la dialéctica, la pobreza, la marginalidad y el abandono. Estas sociedades tienen una historia cargada de dominación a quienes consideran que rompen moldes preestablecidos. Allí, el patriarcado, el racismo, la heteronormatividad, la misoginia, entre otras, han operado como sistemas simbólicos de opresión y se han constituido como dispositivos para establecer una idea “natural” del otro como inferior, anormal o abyecto y merecedor de desprecio.

Pero también, en estos territorios, la ausencia del Estado y las prácticas cotidianas de informalidad como mecanismo de sobrevivencia, crearon experiencias de resistencia que develan aspiraciones y expresan la búsqueda de satisfacer necesidades y luchar por el acceso a la igualdad y la dignidad. Hay muchas que nacieron del seno de las comunidades y hoy son herramientas vitales para la construcción de ciudadanías más plurales, entre ellas podemos resaltar: encuentros ciudadanos para el diálogo donde participan las personas LGBTI; la construcción de memoria oral a través del arte, donde el liderazgo de las personas trans es significativo; las relaciones simbólicas con la naturaleza y una concepción del entorno como hábitat y no como recurso, que es respetado y cuidado; el trabajo cooperativo en las comunidades para mantener el bienestar y el acceso a recursos; la resolución de conflictos y marcos de convivencia pacífica que validan la vida de todas las personas; entre otros. Estas acciones se han convertido en estrategias para construir ciudadanía en medio de la adversidad en territorios altamente afectados por el conflicto armado y hoy se posesionan como buenas prácticas y espacio de reconocimiento, para que territorio en paz sea sinónimo de derechos y diversidad.

Wilson Castañeda castro

Director de Caribe Afirmativo