13 de junio de 2021. Uno de los principales retos que tenemos las generaciones vigentes es la construcción de memoria y el reconocimiento de los procesos históricos que nos antecedieron y que hicieron posible muchas de las agendas que hoy enarbolamos. Si bien cada época propone formas genuinas de asumir el proyecto de vida y las acciones colectivas, es necesario tener presente que lo que vivimos hoy tiene antecedentes y se ubica en un momento histórico concreto que permite tener una visión más holística del acontecimiento y también redefinir las metas y propósitos, para poder hacer una apropiación que contribuya a que nuestra impronta no solo marque originalidad a la acción, sino que también nos permita seguir tejiendo el camino que otras y otros han emprendido.
En las narrativas históricas del movimiento LGBTI se ha consolidado un hito fundacional de que todo comenzó el 28 de junio de 1969 con la revuelta de Stonewall, y han hecho de esta mítica noche como el episodio que alumbro la visibilidad de la diversidad sexual y de género, acción que luego se tradujo en la argumentación de que los procesos colectivos arrancaron con la marcha del orgullo LGBTI, y que el activismo es hoy la emancipación de dicho estallido. Hechos que si bien son datos relevantes, no pueden dejar por fuera que ese es uno de los múltiples episodios que puso en lo público las agendas de la liberación homosexual, pero que a par, antes o posteriormente, también se construyeron de otras formas y con otras narrativas en diferentes partes del mundo, que aunque parezcan periféricas, no solo debemos darles su lugar en la historia, sino ponerlas a dialogar de manera polifónica, como impulsoras de que el orgullo se constituya en un acontecimiento tan significativo para el movimiento social.
Pero para darle contexto a la fecha que nos ocupa, junio de 1969 fue el lugar de llegada de múltiples expresiones de una ciudadanía que estaba cansadas de las prácticas de opresión: gente en las calles que estaban siendo invisibilizadas y que repudiaban la ausencia de política social, viviendo en altísimos niveles de pobreza, el cansancio por la estigmatización a trabajadoras sexuales, mujeres trans y hombres gais latinoamericanos, y la guetización de grupos étnicos que no solo resistían, sino que tomaban conciencia de la importancia de la organización en las calles, para proponer una cultura de la transformación social. Acción donde se empieza a destacar el liderazgo travesti, el ejercicio crítico de las mujeres lesbianas que florecía en el feminismo, el rechazo de las generaciones más jóvenes al racismo y la urgencia de ponerle punto final al patriarcado y el autoritarismo violento.
Esta narrativa, si bien tiene como escenario algunas ciudades de los Estados Unidos, floreció en muchos países del mundo como respuesta a la desproporción de la violencia estatal y la afrenta a la dignidad humana que causaron las guerras mundiales y los totalitarismos surgidos como sistemas políticos. Es así como la resistencia a la opresión toma forma política alcanzando un grado amplio de conciencia colectiva contra la usurpación de los cuerpos, lugar donde se cuece la determinación de ponerle fin a la práctica antidemocrática de limitar la libertad como derecho, dando origen a formas de contracultura donde muchas personas homosexuales y trans encontraron un espacio legítimo para su ciudadanía plena.
En lo que se refiere a los antecedentes del orgullo LGBT neoyorquino propiamente dicho, en 1950 aparece la sociedad Matachines en Los Ángeles, un grupo de hombres que desde la izquierda política promovieron reflexiones sobre la homosexualidad de forma pública y sin la restricción patológica, logrando que entre 1953 y 1969 muchas ciudades den inicio a círculos homofilos, como espacios de hermanamiento y empoderamiento que permitiera que las personas gais y lesbianas ganaran legitimidad entre ellas mismas y la sociedad. Por ese mismo periodo aparece con gran circulación la revista ONE, primera publicación impresa conocida en ese país con muchas reflexiones sociales, políticas y académicas sobre el derecho a la diversidad sexual y de género y la urgencia de una revolución sexual. En 1955 se crea el grupo lésbico las hijas de Bilitis, que se articularon como un proceso colectivo para responder a las demandas sociales y educativas que perpetuaban el sexismo y propagaban la exclusión. Y, en 1961, el transformista de origen colombiano José Sarria se presentó como un hombre abiertamente gay a las elecciones del Concejo de San Francisco, obteniendo 3000 votos.
La violencia fue el eslabón que enlazó estas acciones colectivas con la movilización social: el incremento de muertes de personas que lideraban expresiones de diversidad sexual y de género que no eran investigadas y que, por el contrario, sus vidas sí resultaban estigmatizadas, la naturalización del desprecio a las personas trans en el espacio público, los operativos policiales que tenían como acción habitual hacer redadas los fines de semana contra las personas homosexuales y trans, la exclusión a personas homosexuales de origen latinoamericano y afroamericano, la patologización médica a los cuerpos disidentes y la invisibilización de las mujeres lesbianas. Acciones que marcaron la visibilidad, la agenda social, la movilización y la incidencia política como los derroteros del naciente movimiento de liberación homosexual
El entorno también estaba en ebullición: en 1963 el asesinato del presidente Kennedy generó grandes operativos policiales que tenían como objetivo a personas por su racialización, origen nacional y expresión de género, con innumerables casos de violencia policial que trajeron consigo acciones resistencia. Más adelante, las revueltas locales se agudizaron en 1967 con el asesinato de Martin Luther King y todo el reclamo a parar la violencia de odio promovida por el desprecio racial. También la ciudadanía que estaba teniendo información más oportuna, traída por los medios de comunicación, estaba decidida a poner fin a la opresión, por ejemplo, en 1968, en el marco de la convención demócrata celebrada en Chicago, la sociedad respondió con manifestaciones a la represión policía. Ahí destacaron las feministas, motivadas por las noticias llegadas de la revolución de Paris, quienes hicieron un fuerte cuestionamiento a la fetichización del cuerpo de las mujeres en eventos culturales como Miss América y un grupo de estudiantes de ciencias sociales de la Universidad de Columbia irrumpieron en un Congreso de Psiquiatría que trataba a las personas homosexuales como enfermas y que proponían como gran conclusión ofrecer una atención para ellas desde el aislamiento social.
La sumatoria de todas esta acciones sociales y políticas se concentraron la noche del 28 de junio de 1969 en el mítico bar de Stonewall, donde un grupo de personas gais, lesbianas y trans buscaban un espacio de esparcimiento y diversión en medio de tanta presión cotidiana, altos niveles de frustración y una sensación de persecución, por ello, a la habitual llegada de la policía a extorsionar y golpear particularmente a las personas trans que allí concurrían ese día, la mayoría, de origen latinoamericano o afrolatinas, algo en ellas detono una urgencia de punto final y no solo desafiaron la brutalidad policial, sino que con determinación enfrentaron por cinco días expresiones autoritarias, prejuiciosas y violentas que les querían anular, y convirtieron su resistencia en la causa de muchas personas que se iban sumando a ese grito de orgullo y dignidad que transformó en una noche veraniega a la violencia como forma de control y a la resistencia como exigencia ciudadana.
Wilson Castañeda Castro
Director Caribe Afirmativo