28 de junio de 2021. Llega el 28 de junio, día del Orgullo LGBTI, y, con cada año que pasa, esta fecha parece haber encontrado un lugar en el calendario, siendo más habitual ver la bandera arcoíris en edificios públicos y privados, en portales online y aplicaciones de empresas e instituciones del país, que nos hacen sentir por un instante que este es el mejor de los mundos y que hay motivos suficientes para sentirnos orgullosas. Es que con el correr del tiempo, este proceso globalizante en el que se ha convertido el movimiento de la diversidad sexual parece crecer más en materia de posicionamiento de marca, que en acciones concretas que garanticen el respeto y reconocimiento a los derechos de las personas LGBTI.

El orgullo no es un ejercicio cosmético, es un acto político. Aparece como respuesta y resistencia a las prácticas de opresión y desprecio con las que la sociedad asume y recibe nuestros proyectos de vida; nos tomamos las calles, las engalanamos de arcoíris, resignificamos los espacios públicos y privados y levantamos nuestra voz, no para que todo siga igual, sino como un grito que exige transformar la realidad y la ruptura festiva del movimiento de liberación homosexual a la sistemática práctica de violencia, buscando poner un punto final a la discriminación como forma de vida.

Acciones de movilización, que se comenzaron a activar como estrategia de transformación luego del acontecimiento de Stonewall en una serie de protestas, dieron origen a la marcha del ‘Orgullo LGBT’, que de Nueva York transitaron a ciudades como San Francisco, Los Ángeles, París, Madrid, Berlín y, posteriormente, Buenos Aires, Ciudad de México, Sao Paulo y Bogotá, generando procesos de visibilización como apuesta política de personas que hasta entonces estaban confinadas a el miedo y el olvido.

En el caso de Colombia, en los años 70 tenemos los primeros registros de un fuerte ejercicio de indignación que pasaba de lo personal a lo colectivo. En ese entonces, homosexuales que se conocían y reconocían en espacios académicos, artísticos y sociales se fueron juntando en procesos de hermanamiento y, reunidos en sedes sindicales como la empresa de teléfonos de Bogotá ETB y el sindicato de maestros FECODE, dedicaban largas tardes a leer artículos y libros que provenían de Francia y Estados Unidos, informando sobre el crecimiento y la contundencia del movimiento de liberación homosexual que se posesionaba en el mundo.

Además, también reflexionaban acerca de por qué en estas latitudes la vida, cuando se asumía desde la disidencia sexual, no se podía vivir en público, sino en la intimidad la discriminación y estigmatización de sus proyectos de vida. Dicha experiencia era cotidiana en todo el territorio nacional, con mayor incremento en las periferias donde se cruzaba con la pobreza, la inequidad y la presión, entre otras formas de la violencia que hacían más difícil la vida de las personas LGBTI.

En los 80, el dinamismo del feminismo creciente en el país que se nutría con la fuerza de las corrientes de mayo del 68, del que aprendieron muchas mujeres y hombres que se nombraban como homosexuales, como el caso de León Zuleta en Medellín. En ese entonces era conocido como un gran militante marxista, pensador del mundo sindical y docente universitario, y fue quien reveló en un artículo académico la existencia de un movimiento de diez mil homosexuales (que luego, explicaba, era solo él, uno, los cuatro ceros no existían). A su vez, en Bogotá, el ejercicio inquieto de Manuel Velandia, buscando en la literatura, el arte y la política un espacio para sus demandas por el respeto a sus actos homosexuales recogidos en el grupo de Estudio de Liberación de los Gais, fueron semilla para hacer realidad, de las calles y el espacio público del país, un proceso movilizador.

Las acciones previas a la movilización colectiva en Colombia tuvieron dos escenarios que terminaron motivando este proceso: la discusión de la despenalización de la homosexualidad en términos sociales, políticos y culturales, entre 1979 y 1980, y la reflexión grupal sobre la urgencia de activar la lucha como una forma política, que respondiera al desafío que León Zuleta planteaba en sus escritos: “si vamos a ser líderes tenemos que prepararnos para la discriminación y la muerte”. Reflexiones que fueron recogidas y analizadas en la primera publicación de disidencias sexuales en Bogotá: Ventana gay, revista liderada por las lideresas lesbianas Yolanda y María Inés, y que luego encuentra articulación con la experiencia similar de las revistas “El otro” y “El solar”, promovidas por León en Medellín.

Estos escenarios discursivos y académicos antecedieron a la primera marcha LGBTI en Colombia, celebrada el 30 de junio de 1982, movilización organizada por Manuel Velandia y otros liderazgos en Bogotá. Su punto de encuentro fue la Plaza de Toros en la séptima; a su recorrido de 9 calles, hasta llegar a la plaza de las Nieves, sólo asistieron 32 personas, mientras que 100 policías resguardaban el evento. De allí se recuerda la anécdota protagonizada por Manuel, que estando en la tarima recibió un ramo de claveles de una mujer trans emocionada por dicho acto político y que buscó entregarle mientras este dirigía un discurso a los asistentes; un Policía que estaba cerca decidió tenerle las flores mientras el terminaba el discurso, situación que fue aprovechada por Velandia para decirle en público al uniformado que las flores eran para él como gratitud a su compromiso con la movilización.

Este acto político y desafiante hizo que ese día las calles bogotanas fueran el lugar de las luchas LGBT. Luego se trasladó a Medellín, más tarde Cali y así sucesivamente las ciudades colombianas, incluyendo las del Caribe, fueron propagando este proceso tan necesario en un país tan excluyente y con políticas sistemáticas de invisibilización de la movilización social, que antes de pandemia representaba a más de 200 mil marchantes en el país, que se unen a millones en el mundo, para celebrar que hoy el coraje y la resistencia no nos confinan al silencio del aislamiento, pero que a la vez denuncia que es urgente erradicar los discursos de odio y los vientos de retroceso para que sea un orgullo pleno y cotidiano sentirnos, vivir y construirnos como sujetos políticos desde la diversidad sexual y de género.

Wilson Castañeda Castro

Director de Caribe Afirmativo