El 8M, expresión de resistencia y exigibilidad de vida digna, no solo encarna las demandas de las mujeres en todas sus diversidades, entre ellas, las lesbianas, bisexuales y trans; sino que también ofrece un marco político y cultural desde el feminismo, para toda una emancipación de la sociedad oprimida por el mercantilismo y el consumo, que con la falsa “inclusión”, cree que responde a las demandas sociales de reconocimiento.
La creatividad resistente y la pedagogía transformadora que cada 8M las sociedades recibimos de parte de insistente y cada vez más amenazado grito libertario del feminismo, deben poder penetrar las estructuras obsoletas de poder y de organización de la sociedad y promover los cambios que requiramos para que las sociedades sean, por fin, justas, pacíficas, paritarias y diversas. Las luchas del movimiento de mujeres y las agendas feministas no solo son hoy la esperanza de que otro mundo será posible, el de la paz y la justicia social, sino que además ofrecen a los movimientos sociales, como ejercicio de aprendizaje, la urgencia de profundizar reformas en la sociedad que nos permitan humanizar cada acción, renovar el sentido de comunidad de la sociedad, darle centralidad a la vida bien vivida y hacer de la dignidad, la libertad y la armonía con el entorno principios básicos que sean consecuentes con el ideal de felicidad que cada persona posee.
La lucha feminista no solo llena de contenido la agenda LGBTIQ+, al centrar su atención en la labor de identificar, denunciar y exigir poner fin a la opresión física, verbal y simbólica naturalizada en la sociedad, que es la causa estructural de las prácticas de desprecio hacia las personas sexo-género diversas, motivada por la animadversión que experimentan ciertos sectores de la sociedad; sino que además, permitirá poner atención a ese ejercicio en crecimiento, de instrumentalizar las demandas de las personas disidentes sexualmente y equipararlas con expresiones cosméticas y accesorias del capitalismo, que, a modo de “campaña de lavado de imagen”, copta causas sociales, las cosifica y las comercializa. Ante este riesgo, el abordaje crítico del feminismo y, sobre todo, del transfeminismo, la teoría queer, los estudios decoloniales y antirracistas, orientan un movimiento menos gay-céntrico y consumista y más resistente y consecuente con sus orígenes, que es la transformación estructural de la sociedad. Por ello, hoy más que nunca y en el marco de las reflexiones que año tras año nos señala el 8M, nuestras luchas son feministas o no serán.
El feminismo, como teoría política, demanda la opresión fruto de un patriarcado que ha invisibilizado la diversidad y excluido a quienes el sistema, por sus solicitudes de realización, considera ajenos a su matriz de sociedad. Por ello, es nuestro deber posicionar en los escenarios políticos, sociales y culturales, la diversidad como derecho que exige vivirse plenamente y como oportunidad de integrar las sociedades no desde el unanimismo y la falsa heroicidad masculina, sino desde la diferencia como factor de riqueza social. Acciones que requieren un profundo cambio en las estructuras institucionales y que no corresponden simplemente a un asunto nominativo, como se pretende posicionar hoy, dando la sensación de que basta con tener normas, escribir en los documentos la sigla o poner un renglón propagandístico en junio (altamente mercantilista) LGBTIQ+, para decir que ya somos sociedades incluyentes (expresión que sigue siendo problemática, pues deja en una posición de privilegio a quien incluye). Sin embargo, sigue siendo muy difícil el desarrollo de los proyectos de vida de las personas sexo-género diversas, como si fueran ciudadanías de segunda categoría.
En un mundo que se propone como moderno, seguimos teniendo 63 países que penalizan las prácticas homosexuales. Países como Uganda siguen insistiendo en la pena de muerte, o como Gana que insiste en identificar para señalar a sus ciudadanos diversos y coartarles libertades, o Rusia, prohibiendo las acciones de movilización del colectivo LGBTIQ+ por considerarlas expresiones de publicidad peligrosa, los retrocesos en materia de protección a las personas trans en Georgia, Estados Unidos y el Reino Unido, los bloqueos institucionales para no permitir el avance del matrimonio igualitario en India, Lituania, Panamá y Surinam, la limitación de los avances legislativos en Uruguay, los altos niveles de violencia en Brasil, México, Colombia, Honduras y Perú y el incremento de la limitación a la libertad de expresión condenada en acciones como las recientes decisiones de los gobiernos de Argentina y El Salvador; dan cuenta de que hoy más que nunca es urgente. Estos son algunos de los ejemplos claros de que no solo la igualdad y equidad no son realidades en la sociedad, sino que, por agendas como la del movimiento LGBTIQ+, se han logrado cooptar, cosificar y transformar en meras acciones consumistas, mientras la vida de millones de personas diversas sigue estando en riesgo. Esto convoca la urgencia de consolidar la agenda feminista como eje de transformación social, hasta que cada uno de estos proyectos de diversidad pueda materializarse.
El aprendizaje generoso que por décadas nos ha ofrecido el movimiento de mujeres y que nos lo recordó este 8M, nos convoca a apelar a lo simbólico, para poner un alto a la indiferencia social, cambiar las narrativas patriarcales, binarias y gay-céntricas con las que hemos construido las agendas de la liberación homosexual, a dar cuenta de la urgencia de las demandas trans, bajo el liderazgo y las formas de las personas trans, a cambiar las narrativas que no maquillen sino que cuestionen e incomoden a quienes perpetúan la inequidad, darle un lugar central al placer y autocuidado como postura política y, sobre todo, como sujetos políticos transformar el posicionamiento de víctimas a ciudadanía empoderada que goza de ser quien es, exigiendo cambios estructurales que pongan fin a la estigmatización social y cultural y promoviendo una nueva matriz social. Este será el
único camino que nos permitirá hacer de la diversidad un atributo esencial y fundamental para la sociedad, y que sea la base de una nueva sociedad que, al pensarse el desarrollo sostenible, lo haga pensando también en las personas LGBTIQ+; donde la prioridad no sea solo acceder a bienes o espacios, sino gozar de bienestar, “sin que nadie quede atrás”.
Por supuesto, los mayores retos en materia de acceso a derechos dentro del movimiento LGBTIQ+ los tienen las mujeres lesbianas, bisexuales y las personas trans, con efectos más desproporcionados de violencia, prácticas de mayor invisibilización y ausencia de mayores espacios de realización plena. El origen de esta situación está en las bases de una sociedad patriarcal, misógina, machista y heterosexista. Por ello, espacios como estos del “para feminista” y las reflexiones que de allí se desprenden, deben permear al movimiento social y promover cambios tanto desde adentro como en las demandas de la agenda que se quiere priorizar. Aquí es clave cultivar alianzas con otros movimientos sociales, que sufren también de iguales u otras formas de opresión, y aunar esfuerzos para superar problemas estructurales, transformar legislaciones para tener marcos normativos, pero empeñar los esfuerzos hasta que sean prácticas encarnadas en la vida de las personas y sus comunidades. No debemos permitir que el afán mercantilista transforme la demanda de derechos integrales en la reificación de servicios y acciones aisladas y crear y concertar espacios de cuidado, protección y libertad ante la ausencia y lentitud de los Estados.
Que estos mensajes de resistencia que sonaron este 8M sean el impulso creativo para que el movimiento LGBTIQ+ consolide sus agendas de lucha por el reconocimiento, de alianzas estratégicas contra la opresión, de crítica al capitalismo desbordante que le ha cosificado, de sacudirse por dentro del patriarcado y la masculinidad hegemónica, de activar acciones creativas que llamen la atención de la indiferencia social y, sobre todo, que logremos hacer que la felicidad, la realización y la libertad de las personas lesbianas, gais, bisexuales, trans, intersex, no binarias; sea la motivación diaria de cada persona y las instituciones de la sociedad para poder decir, junto con las mujeres que caminamos hacia la sociedad de la paz y la justicia social, del goce y la alegría, de la realización y la libre expresión, del acceso a derecho y la garantía de servicios con equidad, la que convive en armonía con su entorno y es responsable del ambiente. En definitiva, esa es la agenda feminista, esa es la liberación que requiere la sociedad, donde no hay espacio para la opresión.
Wilson Castañeda Castro
Director
Caribe Afirmativo