La primera línea es la expresión política del cuerpo que copa espacios desde su identidad y exige reconocimiento desde el deseo
6 de febrero de 2022. La movilización de las personas jóvenes con prácticas performáticas, en los últimos meses, como la “Primera línea”, ha denunciado crisis estructurales que hemos conocido siempre: pobreza, inequidad y crecimiento del capitalismo, pero en esta ocasión las han enunciado de forma creativa, no solo porque están cuestionando el “statu quo” de una democracia que esta asfixiada por el neoliberalismo, sino porque con sus creativas y alegres formas, logran cuestionar al mismo movimiento social, sus formas de acción colectiva y prácticas de resistencia que en los últimos decenios no han logrado cambios significativos en la realidad social. Sus demandas heredan asuntos sin resolver, desde los pliegos de la exigibilidad de bienestar, enunciados en las revoluciones laborales de principios del siglo XX, luchas de género que en los años 60 buscaron poner en evidencia la importancia de la autonomía de las mujeres y sus demandas de derechos sexuales y reproductivos, las solicitudes de las personas LGBTI exigiendo reconocimiento a la diversidad y escenarios públicos para el libre desarrollo de su personalidad y el S.O.S del movimiento ambientalista para proponer una vida en armonía con la naturaleza, que propenda por un consumo reflexivo y que le ponga freno a la destrucción masiva del planeta.
Todas estas agendas sociales que se han juntado en las recientes manifestaciones callejeras de muchas ciudades en el mundo, han atinado a poner las demandas no solo desde las narrativas o las teorías de la movilización, sino que se han involucrado desde el mismo cuerpo y lo que este representa. Algunas de estas manifestaciones han estado lideradas por personas que, en primera persona, han sido marcadas en sus cuerpos con las expresiones hostiles de violencia y al movilizarse y ponerse al frente, denuncian para dejar constancia que el desprecio que sufren por la expresión de sus cuerpos está poniendo en riesgo su vida, por eso sus acciones colectivas han puesto en primer orden la politización del cuerpo como escenario de reconocimiento, un cuerpo que expresa deseo y que no puede ser normado o limitado, pues solo con su visibilización se conseguirá restituir la dignidad humana que ha sido afecta por la represión.
Las organizaciones sociales, culturales y políticas que ocupan muchas mujeres, jóvenes y personas trans, que hoy demandan trasformar las prácticas democráticas, asumen que el cuerpo es el escenario de su lucha y el deseo la expresión del mundo que quieren construir; por ello, en las sociedades actuales, su indignación incrementa los cuestionamientos de las formas de vida que por muy diversas que se postulen, tiene en común el uso utilitarista de los cuerpos, algunas con motivaciones dogmáticas que lo ven como un impedimento para el desarrollo de la vida, pues la consideran meramente espiritual y que debe ser controlado, y otras, que en la desatención del cuerpo, le conducen a su aniquilamiento. Estas formas enquistadas en la vida cotidiana, entre el olvido del cuerpo o su desprecio, han hecho que procesos formativos y de construcción de ciudadanía se postulen ajenos al sujeto corpóreo y dicha invisibilización cultiva la ausencia de amor propio, de experimentación corporal del deseo y de satisfacción de lo que somos y queremos, desvinculando el cuerpo de la vida misma.
Prácticas de desprecio como la discriminación, el racismo, el sexismo, los prejuicios, la xenofobia, entre otras, han declarado al cuerpo como lugar de confrontación, por ello quienes lideran las formas creativas de movilización han asumido que solo se superará ese estado de abandono cuando tomemos conciencia de quienes somos desde nuestros cuerpos, pues es en el que se sitúa la identidad que quiere ser borrada, y con su ausencia nos privamos de la manifestación más primigenia, que es el deseo que permite expresar la libertad en perspectiva de felicidad y realización, y desmarcarse de una ciudadanía ilustrada que se lee solo desde la racionalidad y que asume el papel del cuerpo desde lo abyecto.
Los proyectos modernos de sociedad, donde el reconocimiento se cambia por la cosificación y la integración por el esencialismo, no solo buscan borrar el cuerpo en primera persona, sino también el cuerpo del otro, cuando representa críticas al establecimiento. Allí el cuerpo de la otra personas se somete a un ejercicio de exclusión para invisibilizar la vida que le pertenece o se le obliga a reinventarse, para asumir una identidad que no es suya y que obstruyen su proyecto de vida; precisamente su ausencia no le permite a las personas hacer conciencia de la desdicha de esa soledad que le asiste al otro, que se queda solo y se le obliga a hacer del miedo el vehículo de expresión, que está marcado por una moral de desprecio a su cuerpo y a los placeres que este genera.
El cuerpo no puede ser un espacio normativizado, por el contrario, es el resultado de lo que cada una en su autonomía hace de él, y la misma forma el cuerpo define y contiene la vida, pues permite tanto afirmar la singularidad como hacer presente la vida de las otras personas y ello produce el sentido de la sociabilidad. En resumidas cuentas, la vida de una persona se articula con la de la otra y eso se materializa en el encuentro de los cuerpos. De las principales tareas que tenemos en las luchas sociales y políticas hoy es combatir la somatofobia – el miedo a los cuerpos y a lo que estos representan- y darles el lugar que se merecen, desde el lugar y las formas que se quiere enunciar de deconstruir realidades y construir vidas, y de sus maneras de habitar la sociedad. Ello inevitablemente nos permitiría no solo cultivar el alma que a veces es amorfa, sino preocuparnos y ocuparnos por el cuidado de nosotras misma en la integralidad, entendida esta como indica Butler, en un conjunto de prácticas mediante las cuales uno amando su cuerpo y afirmándolo, se transforma y se transfigura en el sujeto que uno es.
Por ello superar la violencia en las sociedades actuales, no es solo poner fin a la materialización de sus expresiones más comunes, sino también erradicar las prácticas de normalización, exclusión o borramiento de los cuerpos que se valida en escenarios de precariedad hacia las personas más vulnerables en situaciones de violencia física, verbal y simbólica en las que los cuerpos despreciados son inducidos por realidades políticas y económicas, que les aleja de derechos, pone en jaque su dignidad y naturaliza su exclusión.
Ello da todo el sentido a la emergencia de la resistencia, que a pesar de la adversidad de la pandemia salió a la calle, que a diferencia de lo que piensan muchas personas no fue un asunto momentáneo, ni buscaban asumir el control o ser oportunistas; salieron porque no aguantaban más, la indignación llegó a su límite y esperan lograr un cambio estructural para ganar espacio y visibilidad y, a partir de allí, ejercer poder en un mundo donde el dominio no sea la meta. Este estallido social les permitió marchar en el territorio, pero también marcar el territorio con sus cuerpos haciéndolos memoria vida que da sentido a las luchas en lo público, donde la calle actúa como escenario, se reorganizan y reapropian del espacio con el fin de impugnar y anulas las formas existentes de legitimidad política, que limitan su vida y así, dotándolo de otros sentidos, construyen desde el aprecio por el cuerpo que le constituye y su reconocimiento en punto de partida de la lucha política; y donde la movilización de los grupos que la hegemonía ha querido dejar “al margen”, producen nuevas subjetividades, acuñan términos reivindicativos, reinventa afectos y allí la exposición desde la corporalidad cobra valor para cambiar conciencias que desprecian lo que el otro representa por conciencias que asumen al otro desde lo que su cuerpo expresa.
Wilson Castañeda Castro
Director
Corporación Caribe Afirmativo