5 de julio de 2021. Como nunca, las últimas semanas en la región Caribe han sido un despliegue de arcoíris, compromisos y movilización por el reconocimiento de los derechos de las personas LGBTI, que hacen sentir como en noviembre, con la llegada de las brisas, que el territorio está cambiando, pasando de la sequedad de la exclusión al movimiento espontáneo que refresca, experimentando que es posible un mundo mejor. Y si bien, sabemos que tanta carga de diversidad es más fruto de lo cosificada y capitalista que desafortunadamente se ha convertido la agenda del orgullo LGBTI en occidente, la resistencia de la ciudadanía lesbiana, gay, bisexual, trans y no binaria de este territorio no solo resignifican año tras año lo que de verdad les hace sentir orgullosas, sino que además activa expresiones políticas y culturales para que no sea un lavado de imagen el izar las banderas o encender las luces de algunos edificios públicos, y reclaman compromisos concretos para reducir la violencia que impide una celebración integral.

El Caribe es la cuna de la movilización colectiva de las personas LGBTI en Colombia. En los años 70, en los barrios de Barranquilla ya se conocían eventos festivos y públicos de personas trans. En 1975, en un acto de resistencia, un grupo salió del barrio El Lucero, exigiendo espacios de visibilización en lo que se llamó: “El reclamo de las lechuzas de la noche”, que ocho años después se concretó en la primera versión del carnaval LGBTI de Barranquilla; ahí, este mismo grupo de mujeres trans decidió exigir su espacio en el marco del Carnaval de Barranquilla, y al recibir represalias y negación, liderada por la Policía y materializada en golpizas e insultos prejuicios, decidieron crearse su propio espacio y se tomaron el Paseo Bolívar. En ese lugar, al son de música carnavalera y con polleras, promovieron su propia guacherna con el fin de hacer visible a un grupo poblacional, hasta ese momento completamente invisibilizado. Esto mostró a la sociedad barranquillera que las mujeres trans también hacían parte de la ciudad y que, como ciudadanas, tenían derecho a participar en el evento cultural más importante de la capital atlanticense. Situación similar vivió Cartagena en los años 90 cuando las mujeres trans que servían de hacedoras del cabildo de Getsemaní empezaron a consolidar su propio espacio en las fiestas novembrinas, que luego en 2007 dio origen a el primer intento de marcha LGBTI de la región.

Estos actos de reivindicación de derechos serían el inicio de una tradición que hoy celebra no solo la gente caribeña, sino además todo el territorio nacional que en casi todas sus fiestas y festejos como el caimán cienaguero en el Magdalena, las fiestas del río Tuluní en el Tolima, el 20 de enero en Sincelejo y las jornadas de las fiestas del mar en Santa Marta, donde, como un acto de resistencia y resignificación, hacen presencia las personas LGBTI, creando memoria y generando prácticas de exigibilidad de cultura ciudadana. Y que se convierte en legado que al conectarlo con la conmemoración del orgullo LGBTI le da contenido propio y permite que una agenda global tenga asidero en una realidad local.

En la región, el ejercicio de movilización en torno al 29 de junio, que es una agenda más foránea y global que la propia de los carnavales, comenzó en Cartagena en 2009 y después siguió Barranquilla en 2011; Santa Marta, Montería y Valledupar se unieron en 2012; los municipios de Maicao, Magangué y El Carmen de Bolívar en 2015; en 2019 recientemente Ciénaga, Montelíbano, la Zona Bananera y hoy no hay un pueblo en el Caribe que no aproveche estas fechas para promover acciones colectivas por los derechos de las personas LGBTI. Lo que viene siendo común es que la ciudadanía LGBT del Caribe reconozca este espacio de movilización como un escenario de expresión cultural y/o ejercicio político de derechos, en el marco de las tensiones que generan los vientos que proponen retrocesos y negación de derechos; por eso, la movilización en la región y la visibilidad de las diversidades sexuales y de género se presentan hoy como una vía legítima para reivindicar y reconstruir memoria a través del relato y las experiencias sociales y culturales, que además con las movilizaciones de los años recientes se han llenado de contenido feminista y de presencia joven que en primera línea exigen una transformación.

La movilización social en el Caribe ha sido escenario de consolidación del movimiento social. El fervor que genera la organización y la celebración de la marcha que permite transitar libremente por las mismas calles en las que en la vida cotidiana se hostiga y ridiculiza, el ver ondear los colores del arcoíris y trans en los espacios públicos donde repetidamente se violan los derechos y los discursos de compromisos de gobiernos que pasan indiferentes ante la exigibilidad de acciones afirmativas, han activado en muchas personas, sobre todo jóvenes, el interés del activismo, la conciencia colectiva, la construcción en equipo de procesos comunitarios y la exigibilidad para la transformación de la sociedad. Es así como, fruto de la movilización en el Caribe, se consolidan mesas de trabajo LGBTI, colectivos particularmente feministas y lésbico/transfeministas, espacios culturales y artísticos, y procesos de formación y análisis social, que se resisten a quedarse en el día celebrativo o a ignorar lo comprometido en las alocuciones, y ofrecen con creativas formas organizativas a las ciudades de la región agendas, los 365 días del año, para construir relaciones menos asimétricas y más generadoras de empatía.

En Barranquilla, en 2010, la Plaza de San Nicolás fue el escenario de concentración de los primeros marchantes que con sus propios recursos promovieron una marcha que transitó por el Paseo Bolívar, escoltada por carabineros de la policía, y subió hasta la Plaza de la Paz, donde en un improvisado escenario se suscribió un compromiso contra la discriminación. Medios de comunicación, gobierno distrital y departamental no salían de su asombro no solo de la gran convocatoria del movimiento social que integran ciudadanía LGBTI y personas aliadas a este proceso, sino su poder de organizar sin el concurso del apoyo de la institucionalidad un espacio de movilización y reclamo de derechos desde el espacio público. Al año siguiente e ininterrumpidamente hasta el 2019, se convirtió en un ejercicio movilizador que fue creciendo hasta atiborrar la Plaza de la Paz de miles de personas que se unían a este proceso de acción colectiva que pedía y sigue pidiendo un cambio urgente de la cultura ciudadana.

Movilizarse como acto político ha sido la respuesta de toda la región que, en medio de sus propias formas celebrativas, detona el grito que busca poner fin a la violencia prejuiciosa que no permite una celebración integral. Un día de orgullo por otros 364 de violencia, un día de banderas por jornadas enteras de negación de derechos y un día de marchas por todo un año de silenciamiento de derechos. Esa son las razones crueles que año a año nos obligan a reinventar este orgullo y salvarlo del estuche cosmético en que lo quieren meter los mentores del pride capitalista.

La pandemia puso un freno a este proceso de calle y dio el reto de la virtualidad, en el cual el movimiento LGBTI, por lo joven y conectado, es experto y se ha desarrollado con altura; pero no invalidó la calle como un espacio de solidaridad con las personas que tienen mayor déficit de derechos y no puede acceder a la conectividad. Así como la emergencia sanitaria no da tregua, nuevamente la virtualidad, las redes sociales y los canales de televisión convocan al orgullo 2021 Caribe, pero aprovechando la flexibilización y el estallido social de la indignación nacional, en la cual están en primera fila las personas LGBTI, algunas han retomado las calles. Los demás pronto volverán, pues la virtualidad no remplaza lo público, la estancia allí es momentánea, porque el espacio habitual de la disidencia sexual y de género es la calle, las mismas que esperamos conquistar con el derecho a la igualdad para que todos los días brille el reconocimiento a la diversidad sexual, como lo han hecho estos días de junio en el Caribe.

Caribe Afirmativo.