Editorial

Deporte sin homofobia y sin transfobia

*En memoria de Justin Fashanu, futbolista que hizo frente a la brutal homofobia de las prácticas deportivas, pero al final el miedo le ganó la competencia.

21 de febrero de 2021. Avanzar en la propuesta de Judith Butler de asumir el género como un ejercicio performativo tiene como propósito cuestionar ese actuar dicotómico presente en la estructura de la sociedad que separa a  hombres y mujeres, como si dicha relación, que de entrada es asimétrica, correspondiera a una realidad inevitable que nos es otorgada al nacer y que está acompañada de normas que se establecen con autoridad y que, a su vez, son vigiladas con instituciones que tienen como tarea (re)afirmar los imaginarios del rol que debemos cumplir en la comunidad. Unas de esas instituciones, quizás las más poderosas en nuestros días, son las que administran las prácticas deportivas, espacios esencialmente masculinizados, donde la competencia es la herramienta que, bajo la meta de dar lo mejor que tenemos para ganar, valida incluso el uso de la violencia para conseguir el triunfo.

Son quizás, los espacios deportivos, los escenarios de mayor fervor colectivo de la sociedad actual y sus entornos próximos, las ágoras modernas que congregan a personas de todo el mundo y de todas las expresiones sociales para una causa común. Pero, también en este ejercicio cultural se han enquistado prácticas que, bajo la consigna “solo vale ganar”, han lavado la cara a expresiones excluyentes y violentas que consolidan conductas que ponen en jaque la dignidad humana, pues hacen de los prejuicios una herramienta permitida para alcanzar el éxito.

El ejercicio dogmático que ha imperado en el deporte ha permitido que en él se posicionen las prácticas discriminatorias; particularmente juegos colectivos como el baloncesto, el softbol y sobre todo, el fútbol, deportes que han sido tramitados como escenarios patriarcales, heteronormativos y machistas, que se presentan como el lugar ideal para el desarrollo de la masculinidad hegemónica, por lo que  ni  las mujeres ni las personas LGBTI tienen  espacio en ellos y, si lo hacen, será siempre de forma marginal. Incluso, en términos lingüísticos, expresiones relacionadas con mujeres y personas sexo-género diversas son usadas para insultar y ridiculizar a quien juega sin hacer uso del potencial patriarcal –“marica”, “niñita” –, señalando que es deficiente su desempeño o que su actuación no es efectiva.

Un hecho histórico nos sacudió de este letargo y advirtió de toda la violencia que se cuece en el ejercicio deportivo y que, en meses recientes, fue llevado al cine por Netflix, en el documental titulado: forbidden games. Se trata de la triste historia de Justin Fashanu, futbolista inglés de gran rendimiento de la primera división y con proyección internacional que, en el diario The Sun en 1990, en un acto de valentía se asumió como un hombre gay. Para esa época, Fashanu ya era víctima de burlas por ser un hombre negro; su nueva revelación, lo convirtió en fuente de críticas y ridiculización, que le fue cobrando factura: primero en una lenta segregación de los compromisos deportivos, luego, padeció una invisibilización de los medios de comunicación que se empezaron a preocupar más por su sexualidad que por su desempeño deportivo, situaciones que lo condujeron a dejar el futbol y radicarse en EEUU.

Allí, por su fama le perseguían las acusaciones y la sanción moral de la hinchada que incluso, sin pruebas, lo culpó de acoso sexual, argumento que fue suficiente para que la policía lo capturara; esta situación llevó a pique su carrera y la sistemática expresión de sanción social terminó con sus sueños de libertad, que él mismo relató en su nota de despedida que lo condujo al suicidio en 1998: “Me he dado cuenta de que ya he sido condenado como culpable. No quiero ser más una vergüenza para mis amigos y familia […] espero que el Jesús que amo me dé la bienvenida y finalmente encuentre la paz”.

El caso de visibilidad de Fashanu sigue siendo extraordinario, pues en el mundo deportivo, particularmente en el de los deportes colectivos, sigue siendo un tabú la diversidad sexual, a pesar de que los países de grandes resultados deportivos, sobre todo en el futbol, han avanzado en legislación y en materia de cultura ciudadana respetuosa hacia las personas LGBTI, pues no se ve dicha consideración en la vida deportiva, sino que, por el contrario, su práctica sigue estando rodeada por niveles de miedo para las personas que tienen una orientación sexual, identidad o expresión de género diversa. Por ejemplo, veintidós años después (2012) y de forma anónima, un futbolista en la revista Fluter de Alemania dio una entrevista donde indicó que, si bien todos en su club sabían que era gay y no le habían puesto impedimento por ello, él tenía claro que mientras quisiera seguir ejerciendo el deporte, debía mantener en silencio su orientación sexual, ya que si esta se hiciese pública sería el fin de su carrera, pues la hinchada perdería el respeto por él y por su desempeño, y los medios de comunicación pormenorizarían sus actuaciones deportivas y se centrarían en su vida sexual.

Este mismo sentimiento lo expresó un año después Robbie Rogers, de la selección de futbol de EEUU, quien al tiempo que salió del closet, se retiró de su carrera deportiva, con un discurso que ejemplificó lo que pasaba con su existencia: “toda mi vida me sentí diferente; diferente de mis compañeros…tuve miedo de mostrar quien era realmente. Miedo a que el juicio y el rechazo me apartaran de mis aspiraciones; o a que mis seres queridos se alejaran de mí, si supieran mi secreto. Miedo a que mi secreto se interpusiera para la realización de mis sueños”.

Por fortuna, en los últimos años muchos deportistas LGBTI, particularmente las mujeres lesbianas y trans, en prácticas colectivas deportivas, particularmente en el futbol, han enfrentado esta situación con ímpetu y se han consolidado en el lugar que quieren, pues les realiza en lo personal el ejercicio deportivo, pero a la vez, lo asumen como un lugar de activismo desde el cual deben exigir que su vida sea tratada con respeto y dignidad, como el caso de Mara Gómez en Argentina, que a inicios de 2020 logró ascender a la primera división del fútbol, convirtiéndose en la primera mujer trans en un equipo de esta categoría en América Latina y en defensora de los derechos de las personas trans en los escenarios deportivos.

En nuestras sociedades, el deporte es una necesidad habitual, entendida como una salida a la búsqueda de bienestar, socialización y aprendizaje colectivo, que son las bases de la vida en comunidad. Él se sigue consolidando como el espacio querido por las generaciones más jóvenes para la integración y el divertimento, y ello nos convoca a avanzar en un proceso de incidencia para que cambien sus prácticas excluyentes y violentas, que se elimine el miedo que produce y otorgue garantías de derechos para que, de esa manera, permita a los y las millones que lo practican y lo siguen encontrar referentes que les motiven a reconocerse desde su diversidad sexual o de género, y a respetar la dignidad de los demás, reconociendo el potencial integrador de su pluralidad.

La UNESCO, en los últimos años, ante el poder mediático y global de su práctica, ha venido insistiendo a los Estados que es fundamental que asuman el ejercicio deportivo como un derecho humano y construyan políticas públicas para que, bajo el lema de la sana competencia, se realice en condiciones de igualdad y promoción de la dignidad. En 2016, el entonces Alto Comisionado de DDHH, Zeid Ra´ad Al Hussein, recordó que “el deporte es hoy la práctica más universal, es quizás el mayor acto social que tiene la capacidad de llevar alegría e inspiración a tantas personas y a grupos de poblaciones tan diversas y que, de la misma forma, puede ser una fuerza tremenda en pro de la igualdad y la diversidad y su buena práctica también puede contribuir a poner a prueba algunos aspectos éticos, tales como la responsabilidad de actuar en equipo, el cumplimiento de las reglas de la competición y el juego limpio que mantiene el acceso real y equitativo”, donde la diversidad promueva la alegría y el género no sea la disputa.

Wilson Castañeda Castro

Director

Caribe Afirmativo