Movilidad Humana

Del encierro de ser LGBTI+ al exilio para poder serlo

4 de marzo de 2021. La experiencia más generalizada de las personas LGBTI+ en situación de movilidad humana, puntualmente venezolanas que han llegado al territorio colombiano, con destino a la ciudad de Medellín, es que han encontrado en el Valle de Aburrá la posibilidad de poner en ejercicio las libertades que se les reconoce con relación a la orientación sexual, identidad y expresión de género diversa. Es que parece un mito, un real imposible, por las distintas construcciones sociales, políticas y morales del país bolivariano, que por la calle anduvieran de la mano un par de hombres o que dos mujeres pudieran darse un beso en público sin la experiencia del repudio, el rechiflo o la mirada castigadora que rechaza estas prácticas y les asocia, a través de un imaginario cultural, con la ilegalidad, la inmoralidad y el desjuicio. Y ni hablar de las experiencias de vida trans que fueron puestas en la oscuridad y la desventaja, a través de una cadena de violencias cuyo origen es la familia.

Por lo anterior, es necesario preguntarse cuáles son las violencias que experimentaron las personas LGBTI+ en Venezuela que impusieron unos límites en el comportamiento social y cómo fue la existencia cotidiana de las personas con orientación sexual, identidades y expresiones de género diversas en Venezuela, que ahora con su arribo en Medellín lo experimentan de una manera tan radicalmente distinta.

Para dar respuesta a las preguntas que se plantean, se reconocen casos de mujeres lesbianas que fueron obligadas a parir con el fin de corregir sus cuerpos y libertades, sometidas al abuso sexual por parte de familiares, cuerpos policiales, actores armados, e incluso, en los casos menos estrepitosos, obligadas por sus madres en rol de casamenteras a ejercer matrimonios y alianzas en contra de su voluntad con el ánimo de corregir sus intenciones. También se reconocen experiencias de hombres gais que, en el ejercicio de la libertad sexual, fueron considerados como oposición política y sometidos a todo tipo de tratamientos injustos por parte del cuerpo policial en el espacio público. Las experiencias de vida trans, en cambio, fueron condenadas a la calle, siendo constantemente asociadas al delito, al ejercicio de la prostitución y a la peluquería; pero desconociendo la cadena de violencias que las ubicó allí y que les he impedido avanzar y ser reconocidas como ciudadanas, sujetas de derecho, en el territorio.

Este tipo de experiencias empezaron a hacerse cotidianas e impusieron un orden simbólico que dificulta el reconocimiento de la diversidad sexual y de género en Venezuela, a la vez que empezó a segregar a las personas LGBTI+ y a someterlas a la oscuridad de la noche, a los antros y bares, que si bien constituyen un lugar de resistencia, también explicitan un mensaje sobre el exilio, la muerte y la soledad.

Ahora bien, la ciudad de Medellín, por sus dinámicas de vanguardia, ha sido un escenario adecuado para el ejercicio de las libertades personales en el espacio público, y sin duda las personas LGBTI+ que han llegado de Venezuela lo han reconocido como tal, y han podido salir del encierro al que se les sometió. Sin embargo, las dinámicas de la ciudad y de la periferia imponen otras problemáticas que es necesario abordar, pues la libertad que experimentan en Medellín si bien es mayor que la que experimentaron en Venezuela, también impone otras violencias, donde los actores armados en muchos casos han corregido a hombres gay por abandonar el lugar de poder que en clave heteronormativa se les otorga; y en el caso de las mujeres  y mujeres trans,  se les ha castigado bajo la idea de que rechazan la masculinidad o la parodian y les han sometido a violaciones, muertes y otros vejámenes que con su poder simbólico imponen un mensaje para las personas con orientaciones sexuales, identidades y expresiones de género diversas.

Lo cierto es que abandonar los territorios de origen para “poder ser” también impone una serie de dificultades que es importante reconocer, y es que no ha existido una educación sexual que responda a las preguntas por la diversidad en los contextos familiares y en los espacios sociales, en clave interseccional, que desmitifique, que oriente y que intente dar respuesta a las preguntas individuales, a los prejuicios; con una educación abierta que permita leer las experiencias de vida no en clave de heteronormatividad sino que permita reconocer la diferencia como lo único que nos hace comunes a unos y otros.