Editorial

De la invisibilidad de los cuerpos abyectos a la visibilidad de las vidas resistentes

25 de abril de 2021. Este 26 de abril tenemos una cita con la visibilidad lésbica. Un escenario de reivindicación política que hace un llamado al movimiento en particular para cuestionar sus prácticas de privilegio gay y a la sociedad en general para releer la historia de la diversidad sexual desde las formas con las que las mujeres lesbianas, en su cotidianidad, proponen deconstruir el género y la sexualidad, dando un paso desde la invisibilidad como regulación social a la visibilidad como apuesta de transformación, pues la lucha por la igualdad es feminista o no será.

La primera invitación de este estallido de visibilidad lésbica es releer la historia desde la perspectiva de las mujeres disidentes de la sexualidad y su impulso revolucionario, ante el machismo y la heteronormatividad. En 1970 en plenos inicios del movimiento de liberación homosexual de Stonewall, en New York circuló un facsímil en forma de octavilla, repartido al interior del Jay Young titulado “The Woman-identified Woman”; que rezaba en su primer párrafo: ¿Qué es una lesbiana? Una lesbiana es la rabia de todas las mujeres condensada y a punto de estallar. Es la mujer que, a menudo, desde la más tierna infancia, actúa de acuerdo con su instinto para ser una persona mas completa y mas humana de lo que su sociedad le permite.

Si bien, en el acrónimo LGBTI, acuñado para la incidencia política, la primera letra, corresponde a las lesbianas, no significa esta ubicación un mayor reconocimiento de sus derechos. Históricamente han estado condenadas a expresiones de discriminación y exclusión que se desdibujan en la invisibilidad social dejándolas en las márgenes de lo no presente, lo ausente, innominable y ninguneado. Por ello, mientras los hombres gays, con alto nivel de representatividad, se vanaglorian del orgullo que significa su puesta en escena, las mujeres lesbianas se resisten al olvido y asumen caminos de visibilidad. Dicho ejercicio ha estado siempre presente como una demanda de reinventar este movimiento social asimétrico, que muchas veces es la reproducción del sistema patriarcal, misógino, clasista y racista que tanto nos ha despreciado.

La segunda invitación es reconocer en la resistencia a la opresión la primera causa aglutinadora de las mujeres lesbianas; algunos ejemplos históricos: desde finales del siglo XIX, aparecen en Europa redes de apoyo entre mujeres que se negaban a una vida de heteronormatividad y exigían libertad para sus prácticas afectivas. En los años 1950, en Estados Unidos, las hijas de Bilitis agruparon una agenda para el naciente movimiento homosexual en torno a la responsabilidad que les asistía frente a las necesidades sociales y la urgencia de participar en debates para las reformas educativas y legales. En Stonewall, las mujeres lesbianas fueron protagonistas de profundos debates en la academia, espacios públicos y en círculos literarios sobre la urgencia de un pensamiento crítico y revolucionario, que tuviese el potencial de ser transformador de las prácticas machistas, los discursos racistas y las relaciones sexistas. Y en América Latina, las colectivas lésbicas en procesos de incidencia política y desde el artivismo han acercado el feminismo a las discusiones sobre exacerbación patriarcal del capitalismo y al movimiento LGBTI a deconstruir los discursos cosificantes sobre sexualidad y género.

La tercera invitación es aun acto reparativo de la memoria. Los grandes hitos del movimiento LGBTI en el mundo narrados por estudiosos de la diversidad han contado la historia desde los hombres gays, blancos y urbanos, invisibilizando a mujeres lesbianas que fueron, en la mayoría de los casos, protagonistas estratégicas de los acontecimientos, quienes arriesgaron mucho más que los hombres homosexuales al desafiar la sociedad patriarcal y perdieron todo o casi todo por las dinámicas que las condenaron al olvido. Así, en las acciones de resistencia posteriores al 28 de junio de 1969 tuvieron un papel importante Yvonne Flórez, afroamericana, Kala Jay, literata, Barbará Gittings, bibliotecóloga y Audre Lorde, feminista, pero en la historia aparecen de forma marginal. Colombia no es la excepción; si bien los relatos de la década de los 70 ponen como pioneros del movimiento a León Zuleta y Manuel Velándia, las mujeres lesbianas tuvieron un papel central en esos procesos de resistencia, como Martha Inés Armenta y Yolanda y su empeño performativo en cada acción pública que se proponía en el centro de la ciudad en Bogotá, y Piedad Morales desde los espacios poéticos y de izquierda feminista que compartía con otras mujeres en las comunas de Medellín.

El posicionamiento de la represión propio de la cultura machista, incluso dentro de las agendas de diversidad sexual, ha hecho de la invisibilidad el lugar común para las lesbianas y por esto su resistencia al borramiento es un desafío a la autoridad política, económica y sexual de los hombres sobre las mujeres. Su accionar movilizador implica la urgencia de establecer un nuevo orden social, político y cultural que supere el pánico patriarcal, que ha naturalizado los relatos homofóbicos que desprecian la “desviación de los cuerpos” y anulan la ciudadanía plena de las mujeres, conduciendo así a un proyecto de sociedad que entiende la homosexualidad como una forma de vida no natural e instala una cultura misógina, que entiende la feminidad como el reverso abyecto y oscuro de la masculinidad, haciéndolas depositarias de esa doble exclusión.

Aún hoy, para muchos sectores sociales, las lesbianas no existen, se invisibilizan y se ocultan, de manera que se puede llegar a afirmar que el principal desafío de ser lesbiana, en la actualidad, es hacerse visible; pues como afirma Beatriz Gimeno: “la lesbiana solo existe en la ausencia; es un ser que transita entre una existencia fantasmática y una existencia entre sombras, sin llegar a adquirir nunca corporalidad visible. La exclusión de la lesbiana se produce pues, por ausencia en la representación y, sin embargo, su entrada en el campo de la visibilidad esta paradójicamente y finalmente garantizada por esa supuesta invisibilidad, que es menos una ausencia absoluta que una presencia que no puede ser apreciada a simple vista; es en realidad, una estrategia de representación que trabaja por el mantenimiento de la desigualdad de género y la jerarquía sexual”.

Esa doble acción de desprecio de la sociedad hacia las mujeres lesbianas, se ha construido desde el “no lugar”, y es allí donde comienza el proceso liberador para transitar a la visibilidad y ocupar un espacio que a la vez debe ser transformado. Esta demanda por la visibilidad, hace del ser lesbiana una apuesta política en sí misma que cuestiona los sistemas establecidos de género y sexualidad, como concluye el manifiesto “The Woman-identified Woman”: “es la primacía de las mujeres relacionadas con otras mujeres, de las mujeres creando una nueva conciencia de las mujeres y con otras mujeres, lo que esta en la base de la liberación y en la base de la revolución cultural”.