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De la invisibilidad, como práctica de exclusión, a la visibilidad como ejercicio político

Quienes usan el discurso LGBTIQ+ con fines políticos; hacen creer que la imagen mediática, resuelve la visibilidad como ejercicio de reconocimiento y además imponen imágenes desde una estética excluyente, machista y clasista que, en suma, reproduce la opresión que el movimiento exige terminar.

1° de mayo de 2022. La semana que termina celebramos el día de la visibilidad lésbica y fue refrescante que los espacios digitales y presenciales del movimiento LGBTIQ+ se ocuparan por mujeres –cis o trans– lesbianas que proponen una versión desde el (trans)feminismo de lo que es este movimiento de diversidad sexual y de género. Desde el automóvil que propuso una ruta de “los bollos” en Extremadura para recordar el aporte de las mujeres lesbianas en la periferia española, pasando por las historietas contadas por Caribe Afirmativo de la primavera lesbotransfeminista de la región hasta llegar a conversatorios, eventos y movilizaciones que esta semana recuerdan que es urgente renovar al movimiento desde, con y para las mujeres que le apuestan a la disidencia sexual como proyecto de vida.

Este no es un ejercicio de la contemporaneidad que hoy celebra cuanta efemérides es posible, ni  solo coyuntural como resultado del estallido feminista de la sociedad; más bien, es un acto de exigencia política a la invisibilidad estructural que han tenido dentro del movimiento las mujeres LBT; y es que si bien la estructura fundacional del proceso de liberación sexual, desde los años 60, está basada en denunciar la opresión de la matriz sexual que impone la heteronorma y privilegia el patriarcado, con el pasar del tiempo, el proceso colectivo por los derechos LGBTIQ+, olvidó su hito fundacional, liderado por mujeres que  exigieron poner punto final a la imposición de roles sexuales y de género, a la precarización de la feminidad y a las prácticas sexuales reguladas. A partir de esto, construyeron un proceso que, en algunas de sus presentaciones es jerárquico, excluyente, patriarcal, clasista y con un tufo de misoginia.

La historia del movimiento LGBTIQ+ no solo es heredada del movimiento de mujeres, sino que ha tenido sus principales liderazgos en las mujeres disidentes sexuales y ha encontrado, en el feminismo, una herramienta clave para salir de la opresión; veamos algunos ejemplos: a) En mayo de 1968, en las discusiones sobre la urgencia de poner fin a las confrontaciones bélicas en el mundo con expresiones pacifistas, en la Universidad de la Sorbona, fueron las mujeres las que acuñaron y defendieron la causa de la libertad sexual y  la emancipación de los cuerpos como escenarios de unas nuevas narrativas de reconciliación social, partiendo del principio de diversidad y dignidad de la sexualidad; b) en 1969, en las expresión del orgullo LGBTIQ+, fueron las mujeres académicas, literarias y de los sectores culturales las que llenaron de contenido reflexivo y de agenda de incidencia la expresión de resistencia de las personas trans contra la violencia policial en Stonewall; c) las agendas globales de la exigibilidad de los derechos de las mujeres en cumbres internacionales, como las de Belém do Pará (Brasil) o la de El Cairo (Egipto), han postulado la diversidad e interseccionalidad como lugares desde donde se deben garantizar los derechos de las mujeres; d) el enfoque de género del acuerdo de paz, ejercicio liderado por el movimiento de mujeres, llevó consigo a todo el movimiento LGBTIQ+, que hace hoy que sea protagonista en su implementación; y e) en la participación política, en espacios de elección,  las campañas de mujeres lesbianas han conseguido alta materialización como se expresa hoy en el gobierno de Bogotá y  en proyectos políticos territoriales.

Estos hitos históricos que han trazado una ruta de un procesos colectivos que están llamados a ser feministas, interseccionales y movilizadores, rápidamente fueron opacados por un proyecto capitalista que cooptó parte de la agenda, puso al hombre gay blanco, cisgénero y clasista entorno a estos y construyó unas narrativas históricas que hoy se posicionan como historia oficial del movimiento, las cuales posicionan agendas beneficiosas para este pequeño sector privilegiado –y en ocasiones opresor–, desconociendo las luchas de otros sectores del movimiento, especialmente del feminismo y el transfeminismo. Esta acción política ha cultivado un antivalor en el proceso colectivo: “la invisibilidad”, expresada en relaciones jerárquicas y en cotidianidades sutiles, donde mayoritariamente son los hombres – mea culpa- quienes siguen liderando, representando y consolidando agendas del movimiento e imponiendo que las demás identidades se agrupen en torno a ese ideal. Prueba de ello es el mal llamado “orgullo gay” y todas las prácticas de consumo que hay entorno a esta fecha, dejando atrás o tendiendo un manto de amnesia sobre la diversidad del mismo movimiento que le hacen ser portador de prácticas soterradas de exclusión donde lo LGBTIQ+, parece ser una expresión masculina que pone a su lado, como estrategia, otras letras y, más recientemente, un signo de más. Por ello es necesario fortalecer la diversidad dentro del movimiento de “la diversidad” y reivindicar las acciones que se dan desde cada identidad; no solo con el día de la visibilidad lésbica el 23 de abril, sino también con jornadas como: el 31 de marzo: día de la visibilidad trans; 24 de mayo: día de la visibilidad pansexual; 14 de julio: día de la visibilidad no binaria; 23 de septiembre día de la visibilidad bisexual; 26 de octubre: día de la visibilidad intersex, entre otras fechas conmemorativas.

El pensar la agenda LGBTQ+ desde la diversidad interna y no desde lo monolítico y jerarquizante, es hoy una gran herramienta analítica para analizar los fenómenos de desigualdad y opresión que siguen afectando a las personas de la disidencia sexual, particularmente en lugares y experiencias más periféricas y alimentando metodologías que, camufladas en prácticas que parecen benévolas, siguen posicionando un movimiento de la imagen, de lo superficial y no de las identidades, de las sujetas, el cual busca ser visto, pero no ser reconocido. Por ello es común que, cuando se pregunta por la diversidad sexual y de género, lo primero que se menciona es la imagen y no los derechos o la ciudadanía. Dicha imagen, construida por el capitalismo de la mano con consumismo– exacerbado por el machismo–, se convierte en un discurso de imposición patriarcal; el resultado: miles de lugares, objetos, expresiones y acciones “gay”, pero pocas vidas vividas y transformadas.

La visibilización, como imagen, le ha valido al movimiento social, una amplia participación en escenarios mediáticos, un crecimiento en nominación en corto tiempo como ningún otro movimiento social y el acceso rápidamente a círculos capitalistas y políticos de derecha; sin embargo, esa imagen confundida con visibilidad, a lo sumo, ha cambiado conciencias que hoy se postulan como “políticamente correctas”, pero no estructuras que sean replicadoras de equidad. Esto ha hecho que se enuncie, por parte de líderes políticos, sociales y culturales lo LGBTIQ+, pero que no sean incorporado en la cosmovisión o en los proyectos políticos que representan. Así, se copan todos los escenarios con banderas arcoíris, pero dicha expresión, no interpela la estructura social que sigue siendo opresora, misógina y heterosexista, pue para ellos estamos, pero no existimos, ese es el riesgo de ser imagen sin contenido.

El auge de este tipo de agendas “gaycéntricas”, que copan todo el expectro LGBTIQ+, le dio al neoliberalismo la máscara de “aceptación” necesaria de unas existencias que, si bien no acogen, su uso les permite revitalizar la  hegemonía de sus proyectos excluyentes, disfrutando decir que tienen amigos gais; que no discriminan; que ponen la bandera en junio, pero no asumen compromisos reales por transformar la realidad, pues le apuestan a un reconocimiento nominal y a la ausencia de políticas estructurales de redistribución. Prueba de ello, son las campañas electorales, políticos que enarbolan agendas en campaña, pero que se resisten a la transformación social que se exigen desde las luchas de los movimientos sociales; así, se toman la fotografía con las personas LGBTIQ+ (siendo casi todos los que posan, gais clasistas heternormados), pero su mensaje, con hálito electorero, busca la imposición de un ethos del reconocimiento netamente superficial de la igualdad. Este tipo de agendas, desconoce la urgencia de la equidad para la transformación del cistema y hacen ver a la igualdad -preponderantemente patriarcal- como resultado de la meritocracia, en la cual se sigue priorizando la participación de hombres gais, blancos, heteronormados, clasistas con sus necesidades resueltas.

El objetivo de darle cara al movimiento LGBTI+ no solo desde lo gay cisheternomado y patriarcal, no solo permite desacentuar la invisibilidad de otros sectores, sino también poner fin a discursos de odio en términos de jerarquías excluyentes al interior de las colectividades, que son matizadas como estrategias, disfrazadas de aceptación y hacen de la agenda, un espacio mercantilizado que busca crear una política hiperreacionaria de reconocimiento, hablando solo con el movimiento LGBTIQ+ desde la diversidad corporativa o el capitalismo verde, o el feminismo adaptado al mercado y no con el periférico, convirtiendo el activismo en un ejercicio condescendiente con el neoliberalismo que ignora los efectos de la exclusión, dejando de lado el movimiento que se moviliza y que pide una transformación real de la estructura social.

Por esta razón, es más que válido que todos los días, la visibilidad en términos de resistencia, trasformación y reconocimiento sea el principio rector de las acciones sociales, culturales y políticas del movimiento LGBTIQ+. Visibilidad que no debe ser traducción de imágenes consumistas heteronormadas que impone la agenda neoliberal, sino de cuerpos resistentes que construyen narrativas múltiples y cuya sumatoria, que se validan en lo colectivo y resignifican en lo singular, es lo que logra una verdadera emancipación en la lucha sexual y política para que todas las vidas puedan ser vividas.

Wilson Castañeda Castro

Director Caribe Afirmativo