Crónicas Afirmativas

Cuerpos y territorios: La resiliencia frente al conflicto armado urbano en la Comuna 13 de Medellín

1 de agosto de 2021. “Ve al psicólogo”, “estás loca”, “eso no es de Dios”, esas y otras expresiones escuchó Elías Pérez cada vez que manifestaba no sentirse a gusto con su cuerpo. Nunca se sintió mujer, para él era raro ver un cuerpo femenino en su reflejo y sentirse como hombre e identificarse con lo asociado a la masculinidad. Fue así como empezó a tocar puertas, a usar ropa holgada y a tener una expresión de género cercana a lo que se conoce como lo masculino.

Sin embargo, la vida de Elías no sólo está atravesada por el hecho de ser una persona trans en medio de una sociedad misógina y heteronormativa, su historia tiene que ver en cómo el conflicto armado llegó al casco urbano de Medellín y la violencia intentó aniquilar su identidad de género.

Elías creció en el barrio San Javier, ubicado en la Comuna 13 de Medellín, que fue epicentro de la violencia en los años setenta y ochenta, por causa del narcotraficante Pablo Escobar. Su paisaje aunque está en una jurisdicción urbana tiene un aire rural, pues en ese entonces habían casitas pequeñitas y en condiciones precarias entre sus colinas, rodeadas de calles estrechas y empinadas que generaban múltiples callejones y miradores, una arquitectura laberíntica, ideal para los delincuentes y negocios ilícitos como el comercio de droga.

La Comuna 13 tiene una relación directa con la violencia, porque después de la era de Escobar y el narcotráfico, el conflicto armado se asentó en sus calles sembrando terror en la comunidad. Después de la desmovilización de los Paramilitares, quedaron pequeñas células de grupos criminales que se reconfiguraron como las Bacrim, y nuevos actores armados que evolucionaron de acuerdo a las dinámicas socioeconómicas de los barrios, pero que se mantuvieron bajo el mismo accionar paramilitar de hostigar a la población civil e imponer una autoridad y poder a través del miedo y el horror.

No sólo se trataba de una disputa entre las FARC y los paramilitares, también la fuerza pública fue responsable de masacres, asesinatos, homicidios, feminicidios y, sobre todo, del miedo que tenían las personas LGBT en salir a las calles. Entre el 16 y 17 de Octubre de 2002 se llevó a cabo la Operación Orión, operativo militar por parte del Ejército, que buscaba acabar con las milicias urbanas de grupos guerrilleros en Medellín.

Esta fue una operación militar de mayor envergadura que no sólo se llevó a cabo en esos días de octubre, si no que se extendió durante los meses de noviembre y diciembre de ese mismo año, como lo señala el Centro Nacional de Memoria Histórica[i]. Dicha incursión militar quedó en la memoria de los habitantes del barrio San Javier como el día en que la guerra se metió en las entrañas de sus hogares, ya que está acción bélica cobró la vida de varios civiles, bajo hechos victimizantes como ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y distintos asesinatos, que además ocurrieron en complicidad de grupos paramilitares, logrando desterrar a la guerrilla, pero permitiendo que las Autodefensas y demás estructuras criminales se fortalecieran en el barrio.

En medio de este panorama de guerra Elías trataba de llevar su vida de manera casi que anónima, se dedicaba a trabajar en un puesto de comidas rápidas y su único anhelo en ese momento era tener tiempo de ver a su novia María, quién lo esperaba hasta altas horas de la noche en una de las tiendas del barrio, para irse a tomar algo y luego regresar juntos a casa.

Frente a la comunidad Elías manifestaba su identidad de género como un hombre trans, y aunque los comentarios y chismes de los vecinos no daban tregua contra él y su novia, Elías hacía caso omiso a estos, aunque las historias de guerras, de masacres y de desapariciones de personas cercanas o conocidos del barrio eran pan de cada día. Él trataba de mantenerse al margen y su única ilusión era llegar, darle un beso a María, tomarse alguna cerveza en las primeras horas de la madrugada y mirar desde lo alto de las colinas de San Javier.

Allí mientras a punta de abrazos espantaban el frío, solían contemplar las estrellas y verlas confundirse con las luces de una ciudad que nunca duerme. En medio de esa paz, Elías y María fueron interrumpidos por la presencia de unos hombres que llevaban un rato persiguiendolos. Uno de ellos en el pasado había manifestado  interés en conocer a María, pero ella se negó, enfatizando en que no le gustaban los hombres cisgénero. Ante esto él no soportó el rechazo y se dedicó a perseguir a María y a su pareja, y en cuanto se dio cuenta que Elías era un hombre trans, procedió a tratarlo a él y a su novia con palabras peyorativas como “areperas”, “maricas”, entre muchos otros insultos.

Esa noche en que los interrumpieron, amenazaron con atacar a Elías y a María. Elías trató de suavizar la situación, insistiendo en que no tenía sentido tal hostigamiento y que si ella había dicho que no, respetaran esa decisión y que no podían forzarla. Aquí se dio una conversación tensa, en la que reiteradamente los hombres armados vulneran la identidad de género de Elías, mientras él conversaba que bajo la violencia, crueldad y la imposición de la guerra mostrando sus armas no era la manera correcta de atraer a una mujer. No obstante,  ellos parecían entenderle menos.

En un momento el miedo se apoderó de ambos y Elías resignado a que no cambiarían de parecer ni se irían, manifestó que si les iban a hacer daño se lo hicieran a él, que la bronca era con él y no con ella y en medio de ese forcejeo, lo golpearon y lo atacaron en varias ocasiones, hiriéndolo en el abdomen, al punto de dejarlo casi inconsciente. Él cayó en los brazos de María y ella horrorizada en medio del llanto y sus gritos trató de sostenerlo, a medida que escuchaban como planeaban violarlos y asesinarlos a los dos.

Cada agresión iba acompañada de frases como “es que usted no es ni hombre, ni mujer, no se sabe que es”, Elías guardaba silencio, aunque en su interior se estuviera mordiendo la lengua y deseando defenderse con vehemencia, pero prefirió el silencio para no provocarlos más y evitar que su novia saliera lastimada. “Que yo sea un hombre trans, y que me gusten las mujeres y tenga una manera de querer diferente, no justifica que me agredan así”, dice Elías cuando rememora este hecho, comprendiendo que la razón por la que lo hirieron tanto al punto de casi matarlo, fue por su identidad de género y orientación sexual.

Esta serie de agresiones ocurrieron en medio de las escaleras que se ciernen en las colinas de la Comuna 13, entre gritos y golpes los paramilitares obligaban a María y a Elías a subir hacía la montaña, para asesinarlos y posteriormente desaparecerlos. María no dejaba de gritar y Elías guardaba la esperanza que al menos alguien de su familia hubiese escuchado los gritos de María y pudiera auxiliarlos. El agresor principal sacó un revólver y le exigió a Elías que se arrodillará, a los golpes e insultos él lo hizo, sintió el frío de la pistola rozar su cuerpo y cerró los ojos pensando que ese sería el fin, para su suerte el arma se disparó y no había balas, lo que  le dio tiempo a sus tías y demás familiares que llegaron en multitud a auxiliarlo a él y a su novia.

Una de sus tías que conocía su transición y su proceso les dijo que la manera de querer de Elías no le hacía daño a nadie, que ya lo habían golpeado lo suficiente, que no había razón para golpearlo aún más. Los hombres armados se detuvieron, para entonces Elías se había desplomado del dolor en el asfalto y como pudieron lo subieron a un taxi para llevarlo a la clínica más cercana.

De esa noche de horror sólo quedan cicatrices físicas y emocionales. Estuvo en coma varios meses por la intensidad de los golpes y las heridas que le propiciaron esa noche. Tiempo después Elías tuvo que desplazarse forzosamente de su territorio, dejar de ver a María e irse a vivir a una finca por su seguridad. Allí se sentía solo y agobiado por los fantasmas del recuerdo y el miedo, y aún más vulnerado porque la gente rural que lo rodeaba no sabía cómo tratarlo, ni acercarse a él siendo un hombre trans.

En el libro Contrapedagogías de la Crueldad, la teórica argentina Rita Segato[ii], señala que existe un mandato de la masculinidad que dice que los hombres necesitan apropiarse de algo, ser sus dueños. De ahí que al ver su masculinidad cuestionada les queda la violencia, sexual, física o bélica para restaurar su posición masculina. Así las cosas, los hechos de violencia exacerbada tienen un mensaje simbólico, en donde la repetición de la violencia produce la normalización de un paisaje de crueldad y eso causa la ausencia de empatía, es por esto que visto desde una perspectiva de género la masculinidad es una herramienta para la crueldad, donde los hombres son socializados en una relación directa: masculinidad y guerra y por eso es necesario reafirmar su ego y autoridad, obedecer a sus pares y opresores y tener conductas violentas ejemplarizantes con quienes subvierten esta concepción violenta de la masculinidad.

Dicho de otro modo, este tipo de masculinidad que teoriza Segato está presente en los actores armados y de manera particular en quienes sienten que los cuerpos de las mujeres y las personas LGBT son territorios que les pertenecen. Así que lo que vivieron María y Elías responde a estas premisas teóricas, donde la violencia es un mecanismo para reafirmar la propiedad y autoridad de los grupos armados y sus cabecillas sobre los cuerpos de las mujeres y personas LGBT o disidencias sexuales.

Actualmente, Elías y María no están juntos. Elías trabaja como empleado y ronda los cuarenta años. Cuando cuenta su historia repasa con la punta de sus dedos y señala sobre su ropa los lugares en su abdomen y espalda donde le queda cicatrices de esa noche de tortura, las marcas de las hebillas de las correas, los palos, y las heridas profundas con arma blanca a las que de milagro sobrevivió.

Al preguntarle por el conflicto armado y lo que piensa alrededor del proceso de paz Elías afirma que aún hay mucho por investigar en ese aspecto, que hay situaciones que merecen esclarecerse, cómo la complicidad entre la fuerza pública y los paramilitares en los actos criminales contra la población civil. Como también las ejecuciones extrajudiciales o justificar los asesinatos contra las personas, haciéndolos pasar por criminales e integrantes de guerrillas o incluso matándolos para adueñarse de sus terrenos, ganado y todo tipo de patrimonio.

Elías Pérez tiene otra relación afectiva ahora, su pareja actual le trasmite mucha paz y aunque le quedo un dolor crónico en las costillas y un asma recurrente de aquella noche de horror, el amor y la fe han sido los caminos idóneos para sanar. Su barrio, la Comuna 13 de Medellín también se ha transformado a través del arte y la construcción de paz, pues ahora es un recorrido casi que obligatorio para los turistas, donde las casitas precarias de antaño ahora son de colores y se acompañan con un circuito de murales y grafitis que cuentan como un territorio que fue epicentro de la guerra ahora es territorio de paz. Aquí el arte, la música y el trabajo comunitario intentan hacer memoria histórica y resignificar un pasado violento en la armonía de una comunidad resiliente.

[i] Tomado de https://centrodememoriahistorica.gov.co/tag/operacion-orion/

[ii] Tomado de https://www.elsaltodiario.com/feminismos/rita-segato-hay-que-demostrar-hombres-expresar-potencia-violencia-senal-debilidad