El miedo es síntoma de una situación social de incertidumbre que perturba y da cuenta de una rabia contenida que nos convoca a movilizarnos para ponerle fin a esta forma tan inhumana de vivir.

 

23 de enero de 2021. “Tengo Miedo Torero” fue el título que Pedro Lemebel dio a su única novela, donde trató de retratar el significado imaginario, desde las tramas mariconas, de la emboscada que sufrió en Chile en 1986 el dictador Augusto Pinochet y que fue para muchas personas de mi generación la puerta de entrada para conocer la grandeza literaria de Lemebel y su obra performática “las yeguas del apocalipsis”; la cual es, sin lugar a dudas, un hito del travestismo en América Latina para cuestionar la política como herramienta de control de los cuerpos. En entrevistas posteriores a la publicación de la obra, Pedro confesó que el título de esta, lo eligió luego de una extensa conversación con una amiga trans que le permitió descubrir una canción, que hasta ese momento para él era desconocida de Sarita Montiel, considerada la musa de su inspiración.

En la trama de la novela que se da en medio de un amor prohibido y de alto riesgo entre un militante estudiantil antifascista y una mujer trans, mayor y pobre en un barrio periférico de Santiago, que cree profundamente en el sentimiento y se compromete con corresponderlo, asumiendo profundos riesgos en medio de la convulsionada vida barrial, donde ella lo da todo porque no tiene nada que perder, asegurando siempre: “no tengo amigos, tengo amores”. En varios episodios del texto, en una magistral película de Rodrigo Sepúlveda, estrenada en 2020 y que está disponible en Netflix, se devela el miedo del que era portadora la protagonista. Carlos, el enamorado pregunta su nombre, después de hacer un recorrido por las nominaciones que reflejan su vida: “la siempre nunca”, “la cuando no”, “la siempre en domingo” …sentencia: “Para ti no tengo nombre”, porque precisamente requería liberarse de todas esas etiquetas que, al pronunciarlas, eran portadoras de violencia, de invisibilidad y de sufrimiento.

La historia de incertidumbre de comienzo a fin, entre un joven empeñado en transformar la sociedad y en una mujer trans que, en la soledad de su vida sencilla y bajo la osadía de haber llegado a ser mayor, se resiste a  dejarse aislar por un mundo excluyente, propone un proyecto de vida que se enmarca de una alegría inmensa que, como creando un mundo paralelo –el que queremos que sea posible–  permite  hacer de la casa un lugar para la protección, del espacio público un lugar para expresar los afectos y en esas acciones colectivas da espacio a las apuestas políticas travestis y maricas. Acciones que se postulan como mecanismos de resistencia ante la expresión de represión y dolor que siempre quiere darle la sociedad; como parafrasea la canción: “cualquier cosa te hiere, como a mí me está pasando que me despierto llorando con temblores de agonía…”

Y es que el miedo parece ser el espacio donde la sociedad quiere que muchas personas despreciadas, particularmente las trans, construyan su proyecto de vida: escenarios precarios, donde la incertidumbre de no tener nada, de respirar amenazas y recibir maltrato anticipan inevitablemente el dolor. Esperan morir muy pronto, silenciarse ante los abusos de autoridad, permitir las agresiones verbales y físicas y las expresiones simbólicas que hieren la dignidad humana, en suma, no solo la sociedad se resiste a su existencia, sino que, cuando logran sobrevivir las somete a una vida de incertidumbre.

El miedo –lo que han usado históricamente victimarios y agresores para poner en riesgo sus vidas y limitar sus derechos– ha sido también el lugar desde donde los procesos y acciones de resistencia trans se han levantado para denunciar los prejuicios y convocar a la sociedad, en su conjunto, a desmontar con urgencia las acciones cotidianas que confinan las vidas a la invisibilidad. En días pasados, en la ciudad de Bogotá, la Red Comunitaria Trans denunció hechos de tortura, inhumanos y degradantes contra dos mujeres trans recluidas en una estación de policía; en el relato de los hechos, se destacan asuntos como: “les dieron 6 electrochoques con un taser en su cuerpo, las golpearon, las llevaron al baño y las hicieron desnudar, grabándolas sin su consentimiento y obligándolas a que se arrodillaran, y pidieran perdón a los uniformados; luego, fueron  recluidas en una celda con más de 30 hombres que las agredieron por su identidad de género, la pareja de una de ellas, que también fue retenida, fue golpeado por su orientación sexual y cuando elevaron sus denuncias ante la personería y la alcaldía de Bogotá fueron amenazadas: “sigan  de sapas y las vamos a trasladar a otra estación, les va peor y les vamos a seguir dando mala vida”.

Estos relatos para quienes, día a día, desde sus experiencias de vida trans, buscan espacios de sobrevivencia, suelen ser cotidianos para las colectivas transfeministas que les rodean y las organizaciones que les acompañamos; basta tomar cada uno de los más de cuarenta feminicidios contra mujeres trans conocidos en 2021 y encontrar, detrás de cada escena del crimen, un ejercicio sistemático de violencia y un alto nivel de sevicia; releer las denuncias de las prácticas de violencia y agresión que tiene la policía contra sus cuerpos en el espacio público y la permanencia de una transfobia estructural con gestos, lenguajes y tratos que les hacen vivir un infierno en su legítimo interés de exigir una ciudadanía plena. En todos estos casos, existe un lugar común: victimarios cultivados en el odio que se aprovechan de la indefensión en la que el Estado y la sociedad ha marginado a las personas trans para legitimar su delito y una ciudadanía confinada en el miedo de que sus vidas no pueden ser vividas por el simple hecho de que su identidad o expresión de género es usada para promover violencia.

Como dice Josep Conrad, el miedo siempre permanece, pero las generaciones actuales tiene la tarea de aprender a vivir sin él; por ello la mujer de “Tengo Miedo Torero”, como muchas mujeres trans, buscan con urgencia, como exigencia política, la calma, pues saben que solo un amor transformador y libre puede vencer el odio y la fragilidad que este intenta imponer, allí el coraje es una estrategia política para poner fin a la clandestinidad como proyecto de vida, para que, por fin, el miedo, ese cohabitante cotidiano de la existencia de las personas trans que se ha convertido en países como el nuestro un trauma colectivo, sea derrotado.

Los discursos políticos transfóbicos, las prácticas trans-excluyentes en los servicios estatales y  las acciones soterradas de muchas personas que se dicen defensoras de causas sociales que buscan reducir la vida de las personas trans a una existencia traumática, entre el riesgo de la violencia y la ausencia de niveles de vida dignos, deja constancia de que el mundo está copado de miedos que quieren seguir gobernándonos y es nuestra tarea ponerle fin al miedo como vehículo de relacionamiento, para darle paso a la felicidad de todas las vidas que exigen ser vividas. Canta la protagonista al final de la película: “Tengo vida mía, miedo, hay mucho miedo…hay mucho miedo, un miedo que me emberraca…” y reclama: como este tiene que cambiar, “si algún día hay una revolución que incluya las locas avísame, que voy a estar yo en primera fila”.

 

Wilson de Jesús Castañeda Castro

Director

Caribe Afirmativo