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Construir ciudadanía para la Paz desde las demandas de diversidad

30 de marzo de 2021. En Colombia, el conflicto armado hizo más difíciles las condiciones de vida de las personas LGBTI, que convirtió al ocultamiento de la orientación sexual, el aplazamiento de la expresión de género, la naturalización de la violencia y el desplazarse a otros lugares para desarrollar el proyecto de vida en fenómenos recurrentes. Pero algunas de ellas, lejos de emigrar a las grandes ciudades, les apostaron a expresiones de resistencia y construcción de espacios en sus territorios contra toda oposición a su existencia. A pesar de las violencias, mantuvieron su visibilidad y hoy a pesar de que continua la adversidad, le apuestan a completar su ejercicio ciudadano en la realidad de su territorio, transformado su entramado cultural y social.

Por ello, proponer agendas de diversidad sexual, identidades y expresiones de género diversas, desde la reflexión territorial, para esclarecer la memoria y construir escenarios de paz, nos obliga a abrirnos espacios en los entramados culturales, políticos y sociales que hacen que el dispositivo LGBTIQ o de la diversidad sexual y de identidades de género se deconstruya, reconstruya y reconfigure de manera diferente, según la realidad del lugar. Así, se dejan de ver las agendas de la disidencia sexual como un espacio monolítico y globalizante, impuesto y, en ocasiones, cosificado desde el imaginario de lo urbano y desde el lugar de la clase media, y la igualdad legal, desde donde se han planteado la mayoría de las discusiones en Colombia, para hacer la pregunta en el contexto rural, y con la cultura como espacio de contradicción: donde se da la dialéctica pobreza, marginalidad y abandono.

En estos territorios, no centrales, la sujeta que cuestiona los roles de género desde los territorios periféricos lo hace atravesado por procesos de desarrollo desiguales. Ellos y ellas se reconocen en su vida cotidiana en medio de una gran diversidad cultural, étnica y sexual, que produce múltiples encuentros, desencuentros y debates frente a creencias religiosas y tradiciones con el territorio. Estas sociedades tienen una historia cargada de explotación, dominación y opresión a quienes consideran que rompen los moldes preestablecidos. El patriarcado, el racismo, la heteronormatividad, la misoginia, entre otras, han operado como sistemas simbólicos de opresión de las diferencias y se han constituido como dispositivos para establecer una idea “natural” del otro como inferior, anormal o abyecto.

Hay muchas experiencias que nacieron del seno de las comunidades en los momentos más agudos del conflicto armado y hoy son herramientas vitales para la construcción de ciudadanías más incluyentes y plurales; pues a partir de iniciativas comunitarias y de hermanamiento, crearon mecanismos de sobrevivencia y de colaboración que les permitieron hacer frente a momentos muy complicados, con formas concertadas y propias de sus sentires. Estas acciones se han convertido en estrategias deliberativas para construir con las otras y la otredad en una perspectiva horizontal, donde el conocimiento es parte de una construcción colectiva y no de una imposición externa, teniendo su mayor expresión en lo que denominamos trabajo comunitario.

Por ello, promover agendas de diversidad sexual y de género desde lo comunitario, es un espacio de interrogación, más que de verificación; una oportunidad para criticar narraciones establecidas desde realidades particulares, poniendo en jaque sistemas de opresión como el capitalismo, el patriarcado, la homofobia y transfobia. Estos mecanismos históricamente los hemos naturalizado, justificado y convertido en asuntos cotidianos aproblemáticos, como, por ejemplo, la naturalización de violencias hacia las mujeres o personas LGBTIQ, que son una deuda pendiente en todo el país, pero que en los espacios periféricos están aún en mora de visibilizar.

Cabe señalar que concebir el trabajo comunitario con y desde la otra, en una concepción abierta, en ningún momento hace referencia a un relativismo donde todo o nada vale; por el contrario, es potenciar un diálogo intercultural donde cada persona se sabe depositaria de una valiosa tradición y experiencia de vida, que espera poder enriquecer con los aportes de los otros. Lo anterior implica fortalecer escenarios educativos para desaprender el miedo a la diferencia y la percepción de las identidades de género y orientaciones sexuales no heteronormativas, como amenazas. Es necesario también tener una mirada crítica que reconozca que el diálogo intercultural se presenta en escenarios de conflicto y prejuicio social que obliga a poner los derechos como un asunto de exigibilidad y no los juicios morales o los pensamientos del grupo mayoritario, pues las sociedades como mecanismo de protección de sus identidades esencialistas, se resisten a los cambios. Existen, también, unos retos y apuestas claves para una intervención social más dialógica y trasformadora en materia LGBTI, entre ellos:

  1. El trabajo comunitario debe posibilitar y potenciar la articulación de procesos, innovar, escuchar y trabajar la diversidad sexual y de género, desde y con esas sujetas que aparecen ante nosotras y a las que no podemos hacer a un lado o peor aún, revictimizar considerando su orientación sexual, identidad, expresión de género y prácticas sexuales diversas como patologías que debemos corregir o, en el peor de los casos, ignorar, al guardar un silencio cómplice y reproductor de la injusticia.
  2. Es fundamental problematizar las relaciones con la otra en tanto sujeta y nunca objeto, por consiguiente, las metodologías deben ser participativas, horizontales y en sintonía con las experiencias particulares.
  3. Las personas LGBTI en los territorios dan la oportunidad de un encuentro para develar tensiones y contradicciones, pero también para reconocer cosmogonías menos racionalistas y más relacionales y afectivas.
  4. Es fundamental construir con las personas una interrelación de reconocimiento que les permita presentar a ellas mismas sus historias e intereses y desde su cotidianidad reflexionar conjuntamente sobre sus saberes y conocimientos.
  5. Participar en las actividades que proponen las personas, en sus conversaciones y, desde esos diálogos, responder nuestros interrogantes, siendo capaces de describir toda la complejidad que encontramos en su cotidianidad, en tanto nos sea posible, no solo reducir sus relaciones a nuestro interés u objeto y develando, al mismo tiempo, sus estrategias, negociaciones y esas otras luchas que no se han tomado en cuenta.

Asumir agendas en materia de diversidad sexual y de género, no es ver en las personas un objeto de estudio, es dejarnos permear y transformar por sus demandas  y allí se leen dos retos: el primero, renovar los discursos y ser capaces de trabajar con y desde las personas LGBTI, donde sean ellas las que marquen el proceso, reconociendo sus historias particulares y colectivas, generando discusiones y tomando acciones pertinentes frente situaciones de discriminación y exclusión que contribuyen a la naturalización de la homofobia y transfobia. Y el segundo es apostarle en el campo de la diversidad sexual y de género desde el desaprendizaje que promueva un trabajo comunitario, interinstitucional que potencie el desarrollo de investigaciones cualitativas y sistematizaciones de experiencias para fundamentar espacios y estrategias metodológicas que permitan discutir, trabajar, socializar, compartir y conversar siempre con las personas, la diversidad sexual y de género como dimensión de la vida humana, pero sobre todo, como una parte de la construcción política, biológica, social, cultural y económica que está en constante trasformación como otras dimensiones sociales, para garantizar que sus vidas puedan ser vividas.

Wilson Castañeda castro

Director de Caribe Afirmativo