Por: Luisa Gáfaro
Comunicadora Social.
¿Qué se hace en este mundo civilizado cuando se ama así?
Alejandra Pizarnik
23 de septiembre de 2021. Nunca entendí de reglas ni de armarios, desde los nueve años supe que no amaría en binario y que posiblemente lo considerado “normal”, que después entendería como la imposición de la heteronorma, no era para mí. Estudié en un colegio femenino y católico más de una década y para algunos era apenas natural que quisiera estar rodeada de mujeres, que buscara su olor, su compañía, su amistad. Aprendí a admirarlas y a amarlas desde muy chica, pero con los años me di cuenta que no se trataba de un amor etéreo, ni de una amistad entrañable, si no que iba más allá.
Amaba a las mujeres de manera erótica y emocional. Sentía mariposas en la panza o descargas eléctricas en la piel cuando veía a alguna que otra chica de grados superiores acercarse, pero esa revolución de hormonas era similar a la que me producían los hombres, los chicos de otros colegios, que aunque en principio me resultaban desagradables, en las escasas veces que podía conversar con alguno de ellos me deslumbraban y el cosquilleo en el estómago y la fabricación de fantasías sacadas de las películas románticas que veía en mi adolescencia causaban que me imaginara vidas enteras con ellos, todo esto entre los suspiros que cualquier buen conversador me producía.
¿Y si los amaba a ambos? Si cualquier persona indistintamente de su sexo o género me suscitaba palpitaciones eróticas, admiración y deseos de compartir con él o ella. Me expliqué este sentir en términos platónicos, es decir, cuando con mi grupo de amigas nos descubrimos sexualmente diversas en un colegio represivo, violento, que censuraba cualquier tipo de revolución; les respondía que no había nada de malo en nosotras, que como Platón dice que el alma es más importantes que el cuerpo, eso nos pasaba a nosotras, nos enamoramos de las almas, no de los cuerpos.
Abracé mi bisexualidad a los 16 años y jamás pensé que algo estaba mal en mí, ni tampoco me obligué a amar desde lo heterosexual. De hecho, nunca estuve en ningún armario, como mujer reaccionaría y con “poco temor de Dios”, como me decían las monjas, dije en voz alta que me gustaban las mujeres y los hombres. Lo dije frente a otras chicas, delante de profesores y profesoras, y creo que de alguna monja. No sufrí agresiones o discriminaciones directas, pero poco a poco las monjas me prohibieron abrazar a mis amigas en los pasillos del colegio, me negaron los espacios de discursos y eventos que conquisté desde muy niña e incluso le decían a los padres de mis amigas que nos prohibieran la amistad porque “yo iba a corromperlas”.
Mientras tanto, había otras voces contemporáneas a mí que me repetían “no puedes ser bisexual si no has tenido experiencias sexuales con mujeres” y otras que se contraponían exclamando, “la bisexualidad es sólo una fase, quizás seas lesbiana”. Ante esto yo me la pasaba escribiendo poemas a otras chicas y suspirando con los actores o cualquier muchachito que me resultara guapo en sus fotografías en redes sociales.
Le di la razón a esas voces, pensaba: “sólo estoy confundida”, en este mundo de binarios, somos blanco y negro, no gris. Busqué acercarme más a las chicas y por andar confesando amores en poemas, fui rechazada en varias ocasiones. Al llegar a la universidad, me creí esos juicios y tuve varias relaciones en las que me negaba a mí misma, en las que no me sentía cómoda, en las que fui violentada reiteradamente y en las que me seguí preguntando, ¿si no soy lesbiana, ni tampoco heterosexual? ¿Qué soy? ¿La B en lo LGBT será solo un adorno? Sin embargo, amaba con la misma fuerza a hombres y mujeres, pese a cualquier desamor y desengaño, la atracción estaba allí.
Ahora sé que fui juzgada, que mi orientación fue invisibilizada y cuestionada en numerosos espacios y escenarios en los que me enuncié como mujer bisexual. Sin embargo, no he sido la única persona que ha vivido estos cuestionamientos, personas cercanas me manifiestan haber decidido no enunciarse como bisexuales porque les han dicho que no lo son, utilizando expresiones como “si eres mujer y sales con hombres y no has tenido experiencias bisexuales, entonces eres hetero” y “ser bi sólo es una moda, una fase”. Como otros hombres, víctimas también del patriarcado a quienes no les creen su bisexualidad, y no los toman en serio y los discriminan por no sentirse en ese binarismo, en este mundo que según el sistema sólo se entiende en opuestos; como también cuando nosotras las personas bisexuales manifestamos interés sexo afectivo por personas trans o no binarias, nos dicen que no podemos, que no somos pansexuales y de nuevo otra imposición binaria y dual en nuestras formas de amar.
Por eso, cuando hablamos de visibilidad bisexual, esta manera de amar, ser y sentir se convierte en un asunto político. Nadie tiene que dar explicaciones sobre su orientación sexual, ni dar pruebas sobre la misma, sin embargo, la bifobia y la invisibilización siguen siendo una realidad.
Se trata entonces de que, pese a las violencias y los intentos por silenciarnos, la bisexualidad siga siendo nuestro lugar de enunciación. Que desde nuestras experiencias y sentires alcemos la voz y hablemos en nombre propio, que nuestra revolución sea brindar mariquería en nuestras relaciones sexoafectivas; que reconozcamos nuestra poderosa capacidad de amar, sin necesidad de rendir cuentas a otras.
Por otro lado, respondiendo al epígrafe de la poeta Alejandra Pizarnik que da inicio al texto ¿Qué hacer en este mundo civilizado cuando se ama así? Desde mi experiencia me he permitido sentir, deconstruir y estar siempre abierta a un sinnúmero de posibilidades. Lidiar con la heteronormatividad de un sistema cisgénero aún es un reto diario, así que, por mi parte, mi resistencia es política, porque se sostiene en mi lugar de enunciación, en la oralidad que me permite nombrarme como bisexual con la autenticidad de mi manera de amar. También es poética, porque mi incidencia y visibilización se encuentran en la literatura, en los versos, y en la sensibilidad con que vivo y siento el mundo. Dicho esto, amar más allá de lo binario es abrir ventanas a la libertad, es trascender desde lo personal a lo colectivo y crear nuevos lenguajes que conciban el amor con todos los matices de la diversidad.