“No existe una pregunta que te coarte, si no que te encause, es darse la libertad de hablar y atreverse a quitarse un peso de encima”.
14 de marzo del 2021. Virginia Arango[i] nació en un pueblo del norte del Cauca y desde que tiene memoria ha sido una mujer lesbiana; actualmente es comunicadora social y periodista con un postgrado en gobierno y política. Ella vivía con sus padres y sus hermanos y eran una familia reconocida por la comunidad, su papá se dedicaba a transportar mercancía que ella ayudaba a cargar muchas veces y la presencia de guerrillas, especialmente del M-19, era frecuente en su pueblo.
Ella los veía como una especie de Robbin Hoods de la comunidad, pues robaban para llevar mercado, leche, zapatos y juguetes a los niños y niñas. Sus primeros zapatos verlon del colegio, fueron gracias a Carlos Pizarro. Según una investigación de la Universidad del Valle,[ii] el M19 introdujo una novedad en las formas de resistencia política y sorprendió por las acciones armadas que realizaba. Virginia cuenta que los habitantes de su pueblo y en especial su familia simpatizaba con estos grupos armados, especialmente porque ejercían un control y defensa de los abusos de la fuerza pública.
Virgina desde muy chiquita se sintió atraída por las mujeres, lo sabía incluso desde los 9 años y describe que en esos juegos en las calles de su barrio, jugaban al “escondite americano”, que consitía que quien encontrará a las personas las sorprendía con un beso. Ella se escondía con las niñas y en una de esas su mamá la descubrió besando a una de ellas. En ese momento su orientación sexual fue de conocimiento público y su hogar se convirtió en su primer escenario de violencia, a pesar de que uno de que sus tío también era homosexual. Años después, Virginia analiza la situación y dice “antes no me enloquecí” con la continuidad de frases y palabras soeces con las que se referían hacia ella por ser lesbiana.
Empezó a estudiar en un colegio de monjas y en ese entonces la homosexualidad aún era vista como una perversión o patología mental, a los 15 años la vieron besando a una de sus compañeras en los baños de su institución y esto le significó la expulsión del mismo. Desde adolescente se enfrentó a una serie de ataques homofóbicos y una discriminación recalcintrante tanto por parte de su familia, como de su comunidad, que se tradujo en visitas a psicólogos y psiquiatras, y en tomar medicinas para que se le quitara esa “desviación”.
Actualmente su pueblo tiene más empatía con las personas LGBT, considerando que hay una extensa población que se identifica como tal, pero a los 17 años Virginia vivió uno de sus primeros hechos victimizantes por parte de la fuerza pública. Era de conocimiento de todos y todas que un comandante de la policía, pretendiendo ejercer una especie de control moral sobre los y las habitantes de este territorio, imponía castigos severos a las personas del mismo sexo que descubriera teniendo manifestaciones de afecto o a quien viese consumiendo alguna sustancia psicoactiva. Una sanción inquisidora en la que amarraba a los jóvenes, hombres o mujeres a un palo justo al lado de un hormiguero y ahí los dejaba durante horas. Un castigo inhumano que vivió Virginia.
CARIBE AFIRMATIVO hace pocos días presentó ante la JEP, el informe “Aquí nadie pidió la guerra: Informe de violencias contra personas LGBT en el marco del conflicto armado en el norte del Cauca”[iii], que describe los crímenes de lesa humanidad que padecieron personas LGBT en el norte del cauca por todo tipo de actores armados, tanto legales e ilegales. Virginia piensa que este de tipo de violencias estaban naturalizadas en su tierra natal, pero por ser conocida como “la arepera, la lesbiana” y un sinfín de agresiones, ella y su familia tuvieron que abandonar su hogar, pues tanto otros familiares como vecinos la llamaban y atacaban constantemente.
En una primera instancia se radicaron en Popayán y luego ella, junto con sus hermanos, se fue a estudiar su carrera en la Universidad de Occidente en Cali. Aunque estaba cumpliendo su sueño de estudiar comunicación social y periodismo, también tuvo que mantener su orientación sexual oculta, pues se trataba de un centro de educación superior de ricos, en los que ella por ser “pueblerina” y de un bajo estatus social ya era blanco de burlas y acoso en su contexto educativo. Si salía del closet ante sus compañeros y compañeras probablemente las humillaciones serían frecuentes.
El 14 de febrero de 1997 se gradúo como periodista y se fue a vivir a Popayán con Marianela Gonzalez[iv], quien en era su pareja y le llevaba 13 años. Con Marianela pudo construir un proyecto de vida bonito, al principio fue dificil porque las hermanas de su pareja no la aceptaban y la agredían verbalmente cada vez que podían, entonces ellas decidieron comprar un lote y comenzar a construir una finca en el sector del Timbio. Empezaron de cero, construyendo ladrillo por ladrillo, sembrando árbol por ábol y aprendiendo a cuidar pollos, a cultivar la tierra y vivir de lo que su huerta les producía.
Fue una época tranquila para Virgina, pues no experimentó ningún rechazo por parte de sus vecinos de la vereda, por el contrario, su hogar siempre tuvo las puertas abiertas para quien lo necesitara y también hacían trueques con miembros de su comunidad. Ella permanecía todo el día con el mayordomo y la esposa de él, atendiendo labores del campo, y en las noches escribía y enviaba notas a un periódico para el que trabajaba, mientras que Marianela salía a trabajar y regresaba al anochecer.
En 1999 les llegó un panfleto, firmado por el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, en el que le exigían a varias personas abandonar sus tierras o si no las mataban. Tanto Virginia como Marianela decidieron no ponerle atención a este mensaje. Al año siguiente, recibieron un panfleto más personalizado en el que decía que por ser lesbianas daban mal ejemplo a la comunidad y que tenían tan sólo 24 horas para irse de allí. Esto no era cierto, ambas eran aceptadas por sus vecinos y tenían una estrecha relación con la presidenta de la junta de acción comunal. De nuevo hicieron caso omiso a la amenaza, pero el 13 de octubre del 2000 Virginia salió a fumarse uno cigarro y al regreso vio que la chapa de la puerta de su casa estaba dañada.
Había visto un taxi rondar por su finca y se le hizo muy raro, pues cada quien tenía su propio medio de transporte, entró a la casa y un hombre la amenazó con un pístola, una 9 milímetros, explicó ella. Todos los muebles de la casa estaban revueltos, el mayordomo estaba golpeado y luego se percató que no era una sola persona si no seis y sólo uno de ellos usaba pasamontañas. La amarraron de manos y pies a su cama y le repetían constantemente frases obscenas sobre su orientación sexual, no fue violaba, pero experimentó abuso y violencia sexual por parte de tres de los tipos que estaban en su casa.
Ella describe que eran altos y tenían aspecto vallecaucano, pues el acento tampoco le sonó familiar. Ellos le dieron un cachazo con la pistola y eso la dejo inconsiente durante cinco minutos. Cuando se despertó sintió un dolor muy fuerte en su cabeza y nariz, estaba ensangrentada y como pudo se levantó, salió y le pidió a uno de sus vecinos que llamaran a su pareja y que le dijeran que no viniera, pues su mayor preocupación era que estos criminales le hicieran daño a ella.
El CTI, llegó a las siete de la noche e hizo una especie de parafernalia que para Virginia resultó inútil, su familia se espantó con lo sucedido y ella, en medio del episodio traumático que estaba viviendo, tampoco pudo contar con Marianela. Nada pudo ser igual para Virginia Arango después de lo ocurrido, su proyecto de vida se quebró, las consecuencias a su salud mental fueron irreparables, no quiso volver a esa finca que amaba tanto, no pudo reconstruir su relación con Marianela, se separaron y ella se quedó sin nada, porque en ese entonces no había ninguna legislación sobre la unión marital entre parejas del mismo sexo. Desde entonces los días se le volvieron una zozobra continua, con miedo a salir a la calle y paranoia de que en cualquier momento regesaran a lastimarla.
Fueron 14 años en silencio absoluto, en nombrar esta escabrosa historia y en creer que había sido delincuencia común, pues ella se resistía a convencerse de que lo que vivió fue un crimen de odio parte de un grupo paramilitar. Sin embargo, al menos en lo que se refiere a su carrera, pudo salir adelante y ejercer en diferentes dependencias del departamento del Cauca.
Sus compañeros de trabajo le insistieron en que declarara y ella no quería, pero cuando escuchó que lo que vivió probablemente estaría asociado a la presencia de paramilitares en la zona del Timbio, que es donde quedaba su finca, su espíritu de investigación periodística se despertó y comenzó a investigar sobre el conflicto y descubrió que no había sido la única que sufrió estas vulneraciones, que en Argelia otra chica lesbiana resultó siendo víctima de estos perpetradores de maldad, bajo el mismo modus operandi.
Virginia Arango soñaba desde niña con ser periodista de guerra y cubrir los conflictos a lo largo y ancho del mundo, pero sin quererlo resultó siendo protagonista, narradora y lideresa de su propia historia. Indentificó que en los horrores que vivió esa misma tarde, hubo tres hechos victimizantes: tortura, violencia sexual y desplazamiento forzado. Siguió indagando sobre los actores armados que había tenido Cauca y su incidencia en su control social y comunitario en los diferentes municipios.
En esos estudios concluyó que cada grupo armado tiene un modus operandi distinto, que para los paramilitares los panfletos y el control moral e intromisión en la vida de las personas era frecuente, una manera de sembrar terror y demostrar que su poder podía llegar a impactar hasta los más profundo de la vida personal de cualquiera que consideraran objetivo militar. Además, que no actuaban solos, sino junto con el Estado.
Virginia cuenta que entre el 2000 y 2008 ha habido más de 700 masacres en todo el departamento del Cauca y que muchas veces la impundiad de estos crímenes se debe a que el país tiene órganos de control poco fortalecidos y un sistema de justicia inoperante y nada efectivo.
Como periodista y persona que se ha dedicado a trabajar en el área de derechos humanos, Virginia ha analizado la ruralidad colombiana e infiere que las estadísticas históricas sobre el conflicto tienen mucho sentido, es decir, la mayoría de víctimas pertenecen a zonas rurales a las cuáles no llega el estado y que el campesino y campesina no pueden negarse ante presiones violentas de distintos grupos armados y que puede que la población afro o indígena del país haya vivido estas mismas vulneraciones, pero, a diferencia de la población rural, ellos cuentan con un sistema de seguridad ancestral integrado por miembros de sus comunidades.
Cada vez que Virginia cuenta su historia siente que en lo profundo de su alma el dolor se le revuelve y la tristeza aflora. Si bien es cierto nunca recibió atención psicosocial o participó de un grupo de apoyo dirigido a mujeres víctimas, por su cuenta ella ha enfrentado sus procesos personales y más que erradicar la herida fundamental e inmarcecible que le dejaron estos acontecimientos, es aprender a vivir con ella. Entender que sentimientos como la rabia, la frustración o la desolación que causa el recuerdo no se irán de la noche a la mañana, que se trata de enfrentarlos todos los días y negociar con estos fantasmas de la memoria.
Para ella, a la ruta de reparación a las víctimas todavía le falta mucho, dice que no hay sensibilidad ni empatía por parte de las personas que atienden estas diligencias, que no escuchan a las personas y que la verdadera reparación está en una escucha masiva y en la revelación de una verdad histórica como única manera de saldar la deuda que tiene el país con los millones de personas cuyos derechos han sido vulnerados durante el conflicto armado.
Virginia retomó su vida poco a poco, empezando de nuevo sin tantas comodidades económicas y trabajando precisamente por personas que han sido vulneradas en su región por parte de la guerra. Sin embargo, en varias ocasiones tuvo que soportar ofensas y violencia verbal contra su orientación sexual en espacios laborales, delante de organizaciones y diferentes líderes participantes en procesos de construcción de paz. Tanta fue su rabia que en una ocasión enfrentó a sus compañeros de trabajo, habló abiertamente de su orientación sexual e hizo híncapie en los comentarios prejuiciosos que recibió más de una vez de sus jefes y compañeras, los interpeló y los dejo callados..
“La violencia estructural ocurre porque nosotros no tenemos líderes formados en el tema, ni personas amigables para el mismo. A mí no me reconocen por la diferencia, me reconocen por la igualdad” señala Virginia, cuando manifesta su incomodidad por recibir un trato diferente. “Esta bien que nos vean como sujetos políticos por las condiciones especiales en que hemos sido violentadas a través de toda la historia, pero cuando usted tiene un tratamiento diferente conmigo siento que me está minimizando”, es así como ella describe su lucha, una lucha por el reconocimeinto en condiciones de igualdad que libra todos los días en su ejercicio laboral.
Aunque actualmente sigue trabajando para el Cauca, ella siente un gran desarraigo por su región, como consecuencia de las agresiones que vivió. Aún sueña con envejecer escribiendo en una finca, pero de otro lugar nada cercano Cauca, porque teme que le vuelva a pasar lo que ocurrió 20 años atrás. No obstante, cuando remomora estos hechos y reflexiona sobre el impacto de su historia en sus liderazgos y actividades diarias se pregunta ¿cómo quitarle poder al dolor? Y pese a que reitera que ha aprendido a vivir con él, es consciente que ha sabido levantarse de los escombros por más horribles que hayan sido las circunstancias de su pasado, reconociendo su resistencia como mujer lesbiana, que ha sacado fuerzas de donde no las hay para salir adelante y ser dueña de su propio destino.
[i] Nombre cambiado por seguridad de la persona.
[ii] Tomado de https://www.redalyc.org/pdf/996/99616145006.pdf
[iii] Tomado de https://caribeafirmativo.lgbt/caribe-afirmativo-presenta-ante-la-jep-informe-sobre-persecucion-por-prejuicios-relacionados-con-las-osigeg-diversas-que-sufrieron-las-personas-lgbt-durante-el-conflicto-armado-en-el-norte-del-cauca/
[iv] Nombre cambiado por seguridad de las personas.